Hace mucho tiempo, en un país nada lejano, un orondo alemán sujetaba por el cuello a un muchacho marroquí que había salido de los bajos de su camión en el área de descanso de una autovía ¡Llamen a la policía! gritaba. Alertados por los gritos, los clientes del restaurante también empezaron a gritar, pero no llamaron a la policía. Apercibieron al camionero para que soltara al aterrado adolescente. Ante la presión,el camionero desistió y soltó al muchacho. Éste, desorientado, pedía agua y repetía ”grassias, grassias”.
Por aquella época, una patera llena de migrantes arribó a una playa de Tarifa. De ella bajaron varias mujeres agotadas que portaban a sus bebés en los brazos. La playa estaba llena de gente, había madres con bebés. Sin dudarlo, las bañistas tomaron a los bebés subsaharianos saciando su hambre y calmando su llanto dándoles el pecho. La buena leche es vida, la de madre blanca y la de madre negra. En los dos casos me sentí ufano por pertenecer a un país lleno de buena gente, lleno de buena leche. ¡Qué orgullo ser español!
El otro día, a una playa de Castell de Ferro, en Granada, llegó una embarcación llena de marroquíes. Algunos veraneantes comenzaron a gritar ¡“moros de mierda”! Los acongojados migrantes empezaron a huir entre las sombrillas al percibir la hostilidad reinante. Un “gorila” apresó a uno aplastándole la cabeza contra la arena. Hubo varios policías voluntarios ejerciendo al más puro estilo estadounidense. Un señor mayor les recordó que sólo querían buscarse la vida y que los españoles emigramos a medio mundo por esa misma razón.
Los espontáneos gendarmes se sintieron “muy patriotas” defendiendo la esencia de España, aunque desconozcan si aquí tenemos de eso. Estoy seguro de que cuando llegue una lancha con droga detendrán también a los narcotraficantes para ponerlos a disposición de la Guardia Civil. Me imagino el pedigrí de tales cafres defensores voluntarios de la pureza de sangre que no tienen un yate en ningún puerto deportivo, son trabajadores que, como tantas otras cosas, ignoran que lo son. Es posible que sus abuelos tuvieran que emigrar a Alemania, Francia, Cataluña…
Me siento en una terraza, acude una camarera con velo. El cliente de la mesa de al lado le pregunta que dónde es, ella responde que de Marruecos, sonriendo le dice, “guapaaa” y con los ojos vidriosos empieza a relamerse y babear. La camarera toma nota del pedido y se va. El individuo me mira con gesto serio y me dice buscando mi aprobación, “nos están invadiendo”. Lo mando al carajo. ¡Qué vergüenza ser español!
Veo a nuestras abuelitas cogidas del brazo de jóvenes colombianas, marroquíes, senegalesas… les limpian la casa, les recuerdan cuántas pastillas tienen que tomar, les hacen compañía escuchando sus batallitas, pero sobre todo les dan algo intangible, cariño. Todo esto lo hacen por un módico salario que no aceptarían trabajadoras españolas. Estas mujeres se convierten en ojos, manos y oídos, son sus confidentes, mitigando la principal enfermedad de nuestros mayores, la soledad.
Está claro que estamos sufriendo una invasión, pero no de inmigrantes, trabajadores inquietos con ganas de prosperar, sino de acomplejados ignorantes muertos de miedo apuntados al neofascismo. El virus del racismo y la intolerancia se está expandiendo como la pólvora y de momento la democracia está cediendo. Una pregunta me golpea las meninges ¿Cómo hemos degenerado tanto en tan pocos años? La respuesta se llama Trump y su sucursal en España, Vox.
En el bolsillo llevamos una ventana por la que se cuela el odio patrocinado por multimillonarios propagandistas de la infamia. Mensajes plagados de faltas de lógica y ortografía de apoyo a los “patriotas” de Torre Pacheco, Jumilla y Castell de Ferro colman las redes promocionadas por algoritmos nada inocentes. Están consiguiendo que los pobres culpen a los aún más pobres en lugar de a los responsables de su frustración ¿Por qué la “gente normal” repite el discurso masticado, palabra por palabra, de la ultraderecha? ¿Ha desaparecido el sentido común? ¿De dónde ha salido tanto adolescente reaccionario, tanta admiración por el franquismo? ¿Ha muerto la inteligencia?
Tristemente el PP es colaborador necesario en este juego peligroso. Sin él, Vox no sería viable. La derecha democrática, en su ansia de poder, se pliega a los deseos de una ultraderecha que ataca hasta a la iglesia en cuanto no le da la razón. La democracia está en manos del poder del dinero, controla lo que algunos creen saber a través de una pantalla táctil. La verdad, la ciencia, la dignidad y la humanidad están perdiendo la partida ante el individualismo, la mentira, el materialismo y el egoísmo.
A este paso, con un abrumador aplauso, se clausurará la democracia, se enterrará la libertad que tanto costó conseguir. Los privilegiados han querido hacerlo desde la Revolución Francesa. No imaginaban que fuese tan fácil, no se necesitan soldados ni tanques, basta con promover la ignorancia, la envidia y la mala leche. ¡Me da vergüenza ser humano!