La década de los setenta del siglo pasado tuvo cosas buenas, malas y regulares. Como todas las décadas de todos los siglos, aunque los nostálgicos digan que cualquier tiempo pasado fue mejor. Cualquier tiempo pasado fue mejor si hablan los que les fue bien, mal si lo dicen los que salieron malparados y regular si los narradores son los medio pensionistas. Entre las cosas buenas de los setenta en Fuentes estuvieron cierta libertad, la música rock, bailar el "J´taime... moi no plus" con las manos en la cintura de una muchacha en la discoteca Silvia y los buenos cuartos que los fontaniegos traían de Suiza.

Esos tres elementos -la música rock, el baile agarrao y los cuartos traídos de Suiza- explican el fenómeno de la conversión de la clínica veterinaria de José Herrera Blanco en bar Herradura y discoteca Silvia, los establecimientos de mayor éxito de la época en Fuentes. No hace falta ser nostálgico para saber que los años setenta del siglo pasado fueron más que buenos para el promotor de aquellos locales, Manuel Cantalejo, conocido en Fuentes como "Manolo Nonilla" y "Jerraúra". No por casualidad, la clínica veterinaria, antes de convertirse en el bar Herradura pasó por las manos de Pepe Villalón, que le puso de nombre bar Foradada, nombre de un pueblo catalán de Lleida.

En 1970, Cataluña, Suiza y Alemania eran Eldorado de los fontaniegos, como cincuenta años antes lo habían sido Méjico o Argentina, con la diferencia de que la banda sonora de la nueva emigración eran la sensual melodía "Con su blanca palidez", de Procol Harum, y la casi pornográfica "J´etaime... moi non plus", de Serge Gainsbourg y Jane Birkin. Eran los temas más ansiados por algunos calenturientos fontaniegos que frecuentaban la esquina de las calles Huerta y Calvario, confluencia en la que se dieron cita el bar Herradura y la discoteca Silvia, un imán que atraía a la juventud como las moscas buscaban las tiras atrapa insectos que vendía Benjamín. Más de un mayete habría cambiado su campo por un negocio como aquel.

Bailar en la discoteca Silvia aquel "J´taime... moi non plus" con las manos en la cintura de una muchacha era una experiencia excitante que ni soñar pudieron aquellos bisabuelos que emigraron a la Argentina o Méjico. Más que excitante, revolucionaria si se piensa en lo que maquinaban las mentes que levantaron muros alrededor de las albercas en las que las mocitas usaban trajes de baño que hoy serían considerados monjiles. El autor de aquella revolución de la modernidad con título de canción francesa, Manolo Nonilla y Dolores, su mujer, habían emigrado en 1967 Suiza y, a la vuelta, con el dinero ahorrado, compraron el bar Foradada, le encargaron la reforma al Marsi, -aquel albañil fino, milimétrico- y paradójicamente lo bautizaron con el rústico nombre de Herradura.

El bar tuvo pronto fiel clientela con predominio albañil, aunque también los hermanos José y Fernando Martín Moreno (los Pericos del polvero) José el Cuervo y Sebastián el Cuervo, Pepe la Ajolina, Sebastián Cabrera, Manolo Parrete, Juanera, Juan Morillo... La gente moderna de Fuentes. Las fuerzas de verdad vivas porque las que hasta entonces recibían ese nombre -el cura, el farmacéutico, el sargento...- tenían de todo menos vida. El servicio de tapas tenía como especialidad el chipirón, la carne con tomate y el lomo en salsa, servidas en barra de acero inoxidable. Lucía solería de colores negros y blancos, un bonito botellero y máquina de tabaco que, en vez los catetos celtas cortos de siempre, ofrecía Winston, el rubio de moda. Daban acceso al local puertas de cristal a las calles Huerta y Calvario, con un rótulo luciendo herradura de color naranja marca de la casa.

El alma del bar era Dolores, la mujer de Manuel Cantalejo, abría el bar a las 6, hacía la mañana y después se metía en la cocina. Ella y su hijo Manolo lo mantuvieron en pie. En poco tiempo, dado el éxito del bar, decidieron invertir los beneficios en crear la discoteca Silvia, en honor de su hija del mismo nombre. Rondaba el año 1973 en el calendario cuando el local se puso de moda, convirtiéndose en el lugar de cita obligada para to Fuentes. Tenía dos plantas la discoteca, con acceso en la puerta de la vivienda familiar. Después, con el negocio en su esplendor, el albañil Rafael el Mirlo hizo la obra de la cafetería debajo de la discoteca.

Un emporio hostelero dirían ahora que montaron Dolores y Manolo Nonilla en la calle la Huerta, ahí donde hasta hace poco estaba el Montañés. Un emporio con 16 empleados en su momento de mayor auge. Por allí se movían bandeja en mano los dueños Manuel, Dolores y sus hijos Manolo -con su mujer Rosa- Lola, Aurora y Silvia. Por allí trasegaban también la Patro, Sebastián Cabrera, Juanera, Lolo monumento, Pepe Perrojato -del DJ- Juan Antonio el de las Tortas. Con la colaboración especial de los novios de las hijas: Manolo, Domingo y Sosa. Lo nunca visto en Fuentes en un negocio que hasta entonces era denominado tabernero y ahora recibiría el calificativo de hostelero o de ocio.

Por la tarde se juntaban a jugar al dominó Ismael Arropía, José Luis Arropía, Ángel de la Mare y Manolo el Paillero de la calle la Huerta, cuñado de José Luis Arropía. En realidad, ninguno de ellos sabía jugar, pero se distraían y, sobre todo, se picaban Ángel la Mare y el Paillero. Ángel le decía al Paillero "tira la ficha, Baretta, a lo que el otro le respondía "tira la ficha, Espinete". Baretta era el protagonista de una serie de moda en televisión y Espinete, el personaje más carismático del programa infantil Barrio Sésamo. Ángel de la Mare tenía el flequillo de Espinete. Por allí andaban sentados Antonio Romero y el Trapero de la calle Palma (Sebastián López) contando las duras condiciones de trabajo de los maquinistas de cosechadoras cuando tenían alguna avería con 44 grados en mitad del barbecho.

El Perrojato, que era tractorista y vivía en la calle la Rosa, asentía con la cabeza mientras tomaba una cerveza El Águila, típica del bar Herradura. A su lado, Sebastián Caraballo Miranda "Chico el Monumento" se admiraba del éxito que estaba teniendo Manolo Jerraura y sostenía que todas las noches cenaba con una "ensalada de billetes". José Potestad, emigrante en Suiza, venía a Fuentes a acodarse a la barra del Herradura para tomar una copita de manzanilla. Su relato versaba sobre la dureza de las condiciones de vida en Suiza y de las fresas de Huelva, que partían la cintura de las criaturas.

La discoteca se abrió allá por 1973, con un precio de 4 duros (veinte pesetas) y años más tarde se puso a 10 duros (cincuenta pesetas) aunque daba derecho a una consumición. Había allí una máquina que ponía un disco si se le echaba una moneda. Manolo Jerraura era el principal pagano de aquel artefacto musical que, pese a lo prometedor del invento, un día desapareció sin dejar rastro y nunca más se supo. El primer pinchadiscos de la Silvia -ahora se dice DJ- fue Clicerio, hermano de Jerraúra, tarea que más tarde asumió Pepe Perrojato. Era ese un oficio envidiado y lleno de misterio porque la parroquia bailaba al son de su capricho y especialmente porque era de su antojo que la chavalería tuviera opción de abrazar alguna mocita con cintura de avista mientras en los altavoces sonaba el "Puente sobre aguas turbulentas" de Simón y Garfunkel.

Clicerio nos gustaba más porque, como su propio nombre indica, tendía a la melodía y Perrojato al rock duro. Clicerio significa "aquel que es dulce". Hoy Perrojato tendería al rap. A la discoteca eran adictos Basilio el mecánico, el Tate que vivía en la calle la Matea, trabajaba en el banco del paseíto la plancha y tenía un Ford Escort amarillo. El más moderno de todos era Curro Atienza, con su Citroen 2 caballos aparcado delante de una puerta atestada de chavales con ganas de baile. Curro iba con botas camperas y tenía la costumbre de apalancarse en la barra a tomar cubatas. Gran discotequero, cuando se hartaba de la Silvia cogía rumbo a la discoteca de la Campana. El carnicero Moreno -con aquel pelo ensortijado- y su mujer Amparo eran los reyes de aquella pista presidida por una bola giratoria que inundaba el espacio de reflejos brillantes.

En la parte de arriba estaba la pista de baile agarrado y la barra. Alguna pelea de sangre se formó en esta pista por problemas de celos. Alguna bronca que le pegaban los camareros a los que tiraban los cubos de hielo al suelo, el suelo era una pista de patinaje. Tenía puerta de emergencia en la calle la Huerta, por la que más de una vez emergió como escupío algún amante en exceso. La pasión por las cinturas de Adamo. Algunas de las hermosuras de aquel tiempo en la disco eran Mari la Pleita, Carmen la Alcaldesa, Ana la del Elviro e Isabel Navajilla. La discoteca solía estar sobrecargada de gente flotando en una espesa humareda, de la que invariablemente se salía oliendo a chasca.

Después de aquella década prodigiosa vinieron tiempos mejores y peores. El emporio se vino abajo, como suelen hacer los emporios casi siempre, surgieron otros nuevos, que al final decayeron, y vendrán otros más. Lo que no vendrá otra vez es la oportunidad de bailar con Jane Birkin con la respiración agitada en el oído susurrando "J´taime... moi no plus".