La torre de la iglesia de Fuentes tenía instalado un reloj que el ayuntamiento había adquirido al ser subastados los bienes de los jesuitas cuando fueron expulsados por segunda vez de España en la revolución liberal de 1820, conocida por Trienio Liberal del reinado de Fernando VII.

La primera expulsión de la compañía de Jesús se produjo bajo el reinado de Carlos III. Aunque profundamente religioso, este rey no dejaba de ser un soberano absoluto. No podía consentir que la jerarquía eclesiástica discutiera sus resoluciones, y menos aún que un poder extraño a la monarquía española, el papado, pudiera tomar decisiones que afectasen a la vida de ésta. La respuesta del monarca no fue el laicismo, sino el regalismo, es decir, un protectorado providencialista del rey sobre la Iglesia de su país, y la salvaguardia de la jurisdicción civil frente a la eclesiástica: para ello tenía que deshacerse de dos instituciones muy vinculadas al Papa, la inquisición y los jesuitas.

De la primera pudo hacerlo porque muchos de los delitos inquisitoriales pasaron a depender de los tribunales civiles. Los segundos, a los que el rey no tenía mucha simpatía porque, al ser una institución muy bien formada, con una fuerte cohesión interna, con rentas espléndidas y que ejercía una gran influencia intelectual en la población mediante su casi monopolio en la educación, fueron expulsados en 1767 siguiendo la senda marcada por Portugal y Francia.

En agosto de 1814, el papa Pío VII restauró la compañía de Jesús con todas sus prerrogativas y sus derechos en la Iglesia. En mayo del año siguiente, Fernando VII, nieto de Carlos III, permitía la vuelta de los jesuitas a España. La llegada del Trienio Liberal en 1820 supuso una nueva expulsión, seguida de una restauración en 1823. Los liberales en el poder durante el Trienio van a aplicar una política claramente anticlerical: expulsión de nuevo de los jesuitas, abolición del diezmo, supresión de la inquisición, desamortización de los bienes de las órdenes religiosas... Todas estas medidas trataban de debilitar a una poderosísima institución opuesta al desmantelamiento del antiguo régimen. El enfrentamiento con la Iglesia será un elemento clave de la revolución liberal española.

De los bienes vendidos al ser expulsados los jesuitas, el ayuntamiento de Fuentes compró el año 1822 un reloj para la torre de la iglesia, que ahora la compañía de Jesús reclamaba, a través del rector de la casa noviciado de San Luis de Sevilla, apoyándose en las reales órdenes dictadas por la regencia del reino el 11 de julio de 1823. Así lo comunica el ministerio de Hacienda al intendente de la provincia de Sevilla a fin de que devuelvan a dicha compañía de Jesús todas sus pertenencias, muebles raíces, derechos, acciones, colegios y casas que correspondan en esta provincia a dicha institución en los mismos términos que las poseían antes del día 7 de marzo de 1820, estén o no vendidos, sea cual fuere su paradero y el estado en que se hallasen, dejando a salvo el derecho que les asista a los poseedores actuales para reclamar contra quien hubiese lugar los perjuicios que se le hayan ocasionado.

El ayuntamiento, presidido por Manuel de Lillo, abogado de los reales consejos y alcalde mayor interino, tomó, el 1 de marzo de 1824, el acuerdo de contestar al rector de que el ayuntamiento estaba a disposición de la persona comisionada para hacerle entrega inmediatamente de dicho reloj reservándose derecho de reclamar los perjuicios ocasionados.

La villa por tanto se quedó sin el reloj, que con sus campanadas organizaba la vida cotidiana de sus ciudadanos. Por ello, en el cabildo de 6 de octubre de 1832, el alcalde mayor, Francisco Fernández Gálvez dijo que, al tomar posesión de la vara de alcalde mayor, había observado la necesidad que tenía el público de proveerse de un reloj de la torre y para ello había contactado con el fontaniego fray Bartolomé Hidalgo de la orden de los Predicadores y residente en el convento de Santo Domingo de la vecina ciudad de Écija para que construyese un reloj para la torre de la iglesia. Pero, como los caudales públicos eran deficientes inclusive para financiar las actividades más perentorias del municipio, había tomado la decisión de invitar a los vecinos con ciertas posibilidades para que por medio de una suscripción voluntaria se reuniese la cantidad de 2.000 reales que era lo que se exigía por el autor del reloj para el primer plazo, con tal de que el ayuntamiento garantizase bajo su responsabilidad y de los fondos públicos el abono de los restantes plazos.

El ayuntamiento y fray Bartolomé firmaron en la sala capitular el contrato de ejecución con los siguientes términos:
1.- El valor de reloj puesto en la torre de la iglesia parroquial, excepto los costos de albañilería y carpintería, era de 6.700 reales. El constructor recibiría en el momento de la firma 2.000, de cuya cantidad firmaría el correspondiente recibo, tal como se había acordado con el alcalde.
2.- Los 4.700 reales restantes se satisfarían en dos mitades de 2.350 reales cada una. La primera para el día de Santiago, 25 de julio, del año próximo de 1833 y
la otra mitad para el día de la Natividad, 25 de diciembre del mismo año.
3.- El referido reloj, una vez colocado en la torre de esta iglesia parroquial, había de observarse por espacio de un año. Cualquier anomalía que se advirtiese en su maquinaria, avisado su autor, sería de su obligación reparar la falta que se le notase, en tales términos, que al vencimiento del año había de quedar firme y estable y no
advirtiéndose reparo alguno, la contrata subsistiría en su fuerza y vigor y podría usar fray Bartolomé de sus acciones para ser reintegrado del adeudo que existiese.
La maquinaria antigua permanece en la torre de la iglesia, ajena al paso del tiempo y que cualquier visitante de ella puede admirarla. Es una joya museística.