Si quisiéramos darnos importancia diríamos que venimos de otro planeta. Pero como no se trata de darse pisto, lo que procede decir es que los nacidos entre los años 50 y 60 somos de una generación perdida. Perdida porque nos hemos quedado sin vida propia a fuerza de querer tanto a nuestros padres, primero, y de querer tanto a nuestros hijos, segundo. Hemos pasado de ser "hijos de" a ser "padres de". Una tragedia. Consumada con nuestro consentimiento, pero tragedia al fin y al cabo.

Luchamos tanto por nuestros padres que no ganamos nada hasta casarnos. Todo el dinero y todo el esfuerzo se quedó en las arcas de nuestros padres porque existía tanta la pobreza que toda ayuda era poca. Y cuando por fin logramos emanciparnos y tuvimos hijos, empezamos a rellenar las arcas para que ellos no pasaran estrecheces. Tal vez de forma excesiva. Pero nuestra obsesión fue que no les faltase de nada. Terminamos de dejar el sueldo a nuestros padres y empezamos a preparar el futuro de nuestros hijos, mientras la vida seguía avanzando y el único lujo que nos permitíamos era ir cuatro días a la playa o a la montaña.

Pero el tiempo no se para, la vida sigue. Como buenos cristianos, seguimos viviendo sin dejar de lado a nuestros padres y dando comodidad a nuestros hijos. Ellos tienen una mentalidad diferente. Su frase favorita podría ser algo así como "vive siempre de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos".

Pero eso es contrario a nuestros principios. La generación de los años 50-60 ha pasado en 30 años de ser mandados por los padres a aguantar que los hijos nos manden. O que lo intenten. Hemos pasado de jugar a las canastitas, a los micos, a los cromos, a la comba, a la chita, a dejar que nos inunden la casa con móviles y ordenadores. Por supuesto, no podemos dejar atrás que hemos cambiado las cartas postales por el whatsapp. Hemos perdido mucho con las redes sociales, aunque por otro lado hemos salido ganando porque la comunicación es más fluida.

Hemos pasado de charlar por las noches con los vecinos a la puerta de la casa, aprovechando el poco aire que corría en verano, a encerrarnos en nuestras casas con el aire acondicionado. Hemos pasado de esperar a tomarte un cubata en navidades a beber casi todos los días y de empezar a trabajar con 14 años a hacerlo con 18. El que no ha querido estudiar, claro está. Yo alabo a esta juventud que ve el esfuerzo de sus padres y saca sus estudios adelante. Hemos pasado de tener un juguete en Reyes a tener juguetes de Papá Noel, de Reyes Magos, de cumpleaños y de santos. Hemos pasado de tener un único juguete a disponer de una habitación sólo para los juguetes, muchos de ellos apenas utilizados.

Realmente, los que nacimos en torno a los años 50 o 60 venimos de otro planeta. Venimos de la tele en blanco y negro, de la copa de cisco, de los quinqués oliendo a petróleo, del bidón de agua con una flor y "aligera que si se acaba el agua no te enjuagas", de la ropa con olor a alhucema a la ropita de los niños con suavizante perfumado. Ahora usamos la electricidad para todo y con levantar la lengüeta del grifo ya tenemos agua fría o caliente ¡Qué comodidad!.

Con todo, creo que nuestros hijos se han perdido una gran parte de la vida que hemos vivido porque nunca van a saber apreciar y valorar la importancia de haber ganado una pelotita de chorli, unos cromos o una chapa de refresco. Incluso la tapa de una caja de cerillas que aprovechamos para jugar a los mistos. Qué bonita infancia, qué planeta tan diferente. El planeta del balón en una mano y la jícara de chocolate en la otra.

Ojo, sin olvidar nuestro juego favorito del apedreo entre barrios, que siempre acababa cuando alguien empezaba a sangrar por la cabeza. Seremos siempre lo que dice el dicho popular: esclavos de nuestros padres y ahora esclavos de nuestros hijos. Aunque  no cambiaría por nada del mundo aquel tiempo nuestro del planeta de los 50 y 60.