La lengua es el refugio del emigrante, la cabaña donde se cobija frente a lo desconocido. Las palabras berlinga, zardiné, mayete, vazarete, zoplaó, a rebumba... suenan a música celestial en el oído de quienes estamos lejos de Fuentes. Vienen a ser para el oído lo que para el paladar el sabor de una pachocha, de una jiga de palmito, un entornao o de un guiso de habas con cáscaras, condimentado con pimentón dulce y orégano. Hay palabras inequívocamente de Fuentes. Si en algún lugar remoto del mundo tropiezas con alguien que dice entornao, ten por seguro que es de Fuentes. Otras palabras son compartidas con el resto de los andaluces, pero que tienen el poder evocador de nuestra infancia cuando correteábamos por el pilarillo con el culo al aire.

Esa nostalgia que produce la lejanía hace que en las largas noches de invierno retumbe en la mente del emigrante el eco de nuestros achacales, nuestro ir ancá la agüela, sentarnos en el zardiné a ver pasar la vida, cruzar la casapuerta o perder el tiempo enrreando o cachucheando... En nuestras noches de niños asustadizos resuena el tintineo de las pesetas cayendo en el fondo de la arcancía, la voz de la madre que nos manda ir a hacer los mandaos, ancá Benjamín a por una perra chica de añí o preguntarnos si queremos merendar un cacho pan y una jícara de chocolate o un canto pan con aceite y azúcar.

En la pantalla oscura de nuestras mentes se proyecta esta noches la película de la cocina con estrebe, la niña chica con el zoplaó avivando el cisco y, en el corral, la refregaera apoyada en la cochinera aguarda las manos laboriosas de la madre que verterá polvo de Omo sobre la ropa antes de lavarla. En un lebrillo mil veces remendado con estaño ha puesto en remojo la ropa blanca con unas gotas de agua la paloma. Luego le pondrá un poco del añí que hemos traído de ancá Benjamín para que la ropa limpia resalte con más blancor que ninguna del vecindario.

En la era de la Puerta del Monte, el zombrajo protege del sol a hombres y niños que echan atrás folluscos con el desgranaó de maíces, mientras discuten sobre el resultado del partido del domingo anterior en el campo pelota. Bastián el Mediopeo amarra con jiliyos una alpaca de paja, mientras Paco el curichi avienta trigo con la jorca. Por la Carrera sube ya el camión viajero que viene de Sevilla a la misma hora que lo hizo antié y trezantié. Con similar puntualidad que el Pepito juega al plinto en el Rueo y que Francisquito se tira por la rebalandeta de la callejuela detrás de la iglesia y come jeringos.

Fuentes tiene entre las tareas pendientes crear un diccionario propio. Sería, como lo son todos, un diccionario vivo, mutable, que incorporaría voces nuevas conforme cambian la vida y las cosas. Un diccionario cargado de palabras y expresiones viejas (arcaísmos) y nuevas (neologismos). Como seres vivos que son, las palabras nacen, crecen, se reproducen y mueren cuando la sociedad decide dejar de usarlas. Muchas de las palabras que creemos exclusivas de Fuentes son en realidad viejas que siguen viviendo entre nosotros, tal vez cambiadas por el paso de los años, a pesar de haber muerto en otros lugares. Antié y trezantié son dos de ellas. Berlinga y estrebe son otras. El diccionario las recoge como antier, trasantier, berlinga y trébede o estrébede.

El diccionario de Fuentes contendría, además de las ya citadas, nuestros zaborío, roete, chache, chacha, pijual, güitoma, moñiga, azotea, jabara, apretujao, la caló, la tajá, espurrear, bulla, jugao (se ponía para cubrir la candela y poner ropa en lo alto para calentar, el jugao era de vareta), copa de la candela, anafe, encorrichate, montar en borombo, dar la cabezá, escamondao, ajogailla, telele, garbeo, memo, mequetrefe, escuchumichao, chocero, pelliza, esterillo, entremijo, zagalejo, aguaíllo, escuajarao, escamochá, marituerta, zollinaó, borza, cabezaíta, zaranda, chorlitazo, vaina, pirriaque, plinto, jorca, rebalandeta, zambuyo, dar la cabezá, tapajería, arreguinchao, dí a por pan, arrecío, bolichero, jícar, curichi, refregaera, machacaera, ditero, escupiera, amasco, dezollinaó, arcancía, jiliyo, capacha, limentario, tomiza, pocillo, joyo, pleita...

Todas esas palabras y otras muchas nos reciben con los brazos abiertos cuando los que vivimos fuera entramos por la Cruz Juan Caro. Son la alegría que nos acompaña fieles como nadie durante todos los años vividos en la distancia. Son de las pocas cosas que no dejamos atrás cuando nos vamos. Somos muchos los que venimos al reencuentro con nuestro lenguaje fontaniego, nuestra identidad, las palabras que nos mecieron en la cuna, que nos dan la vida todos los años de existencia. Nuestra herencia imborrable.