Con la alegría de hoy, con estas copas de manzanilla casi heladas, despachadas con colmo (lo que le falta ya me lo he bebido), como si fueran para un enfermo, no he podido vencer la tentación al ver estas brevas: Hay muchas frutas, todas riquísimas, pero como aquellas brevas de las higueras que daban sombra al pozo del "Legío" (San Pedro de Albadalejo, vulgo Ejido), cogidas con la fresquita a la salida del sol, pocos manjares pueden equipararse. Como todas las cosas de la vida, los placeres son un cúmulo de circunstancias con un resultado final. A los pies de los Cerros de San Pedro, sin un árbol que te dé sombra, con cuarenta y tantos, o cincuenta, grados al sol dándote en el lomo a mediodía, con la única protección de un sombrero de palma, no hay alimento más reconfortante, y que se apetezca más, a mediodía, que unas brevas fresquitas metidas en el cubo del pozo, a unos diez metros de profundidad, para conservar su frescura.

Como anécdota, recuerdo lo que le pasó a mi padre: En una ocasión se le atascó la atarjea. A los tres días de obstrucción total llamamos al médico, que le administró un enema (lavativa), sin resultado alguno. El médico se marchó y mi madre continuó con lavativas de aceite de oliva, con jabón verde disuelto en agua, y con todos los consejos de vecinas y familiares, sin resultado alguno. Yo me tuve que ir al campo a cuidar de las vacas,  las cabras, los cochinos, etc. Cuando llegué al campo, el zagal que teníamos (el hijo mayor de "la Monumento", que vivía en la calle El Bolo) me preguntó por mi padre. Le conté lo que sucedía y me dijo: "Es que, el último día que estuvo aquí, la perra se comió la talega, y, como teníamos hambre, cuando fuimos a darle agua al ganáo, nos hartamos de comer higos del pozo del Lejío. Tu padre, al principio se los comía con pellejo, y  después, una vez que se tranquilizó un poco, empezó a pelarlos. Yo le conté en el suelo más de cincuenta pellejos.

Aquel día, cuando volví a Fuentes por la tarde noche, me encontré a mi padre con el vientre a punto de estallar, doble o triple de lo normal. El médico dijo que habría que llevarlo a Sevilla para operarlo. Un problemón. Sin seguro de enfermedad, sin coche para llevarlo y sin dinero. Sin recurso alguno, estresadísimos todos, no sabemos cómo, ni por qué, la Providencia nos puso a masajearle el enorme vientre lubricado con aceite. Cuando ya nos faltaban las fuerzas en los brazos, comenzaron a sonar clarines y timbales.

Se nos mudó la cara a los tres, no sé si de alegría, de sorpresa, o de estupor aromático. Yo abrí puertas y ventanas para que se pudiera respirar y, me quité de en medio con el pretexto de tenerme que ir a ordeñar. Cuando volví al día siguiente, me encontré con colchón nuevo, almohada y colcha nueva. Moraleja: el mejor manjar te puede matar. La virtud está en la moderación, sin pasarse!