La celebración de los Reyes Magos destapa en nosotros el tarro de los mejores recuerdos infantiles. Recuerdo, en la década de los setenta, cuando se organizó la primera cabalgata. Creo que era el 6 de enero de 1977 cuando mi hermano Pepe Ricardo, siendo un joven estudiante de sexto de bachillerato, con 18 años, participó en aquella cabalgata con el tractor que había comprado nuestro padre. Daba continuación a la Navidad y al Año Nuevo. Era el tercer acto de la estas fiestas y en ella los niños preparábamos nuestras cestas con paja y cebada para ponérselas a los reyes en el balcón. Era el día de más ilusión de la Navidad, un día muy especial, cargado de sabor navideño.

Toda la Navidad es una celebración con un sentido importantísimo, único, y vital. Una fiesta donde celebramos la creación de la familia. Los padres y madres celebran la creación familiar, logro hecho a fuerza de trabajo, de días de trabajo y sacrificio. Juntaban para una casa, para tener un coche, para criar a los hijos, para educarlos y darles una formación. Todos estos valores representan un valor grande, representan un capital humano de lo más importante de sus vidas. Verdaderamente ese es el sentido de la Navidad, el sentido máximo, el más profundo y el más afectuoso.

Estas fechas nos llevan también a recordar que al llegar la Navidad la relación entrañable que tuvimos con los profesores. Nos viene a la memoria el gran afecto hacia ellos. Fueron educadores nuestros y eso desprendían y transmitían. Ese afecto también es sentido navideño.

En realidad, la Navidad llega con Santo Tomás, el pestiñero, el día 21 de diciembre, el más corto del año, la noche más larga. Era el día de los pestiños, dulce típico de la Navidad fontaniega, que siempre iba acompañado de la copita de aguardiente. Aquello estaba riquísimo, le dábamos entrada a la Navidad con los pestiños y el aguardiente. Era el sabor primero de la Navidad.

Era una Navidad buena o mala, según las notas que el día 21 de diciembre habíamos sacado. Si había buenas notas era una Navidad buena, dulce y eufórica. Presentarte en tu casa con buenas notas era el mejor día del trimestre. Las buenas notas le daban mucho sabor a la Navidad fontaniega por parte de los niños, jóvenes y padres, era el sabor navideño, por delante teníamos alrededor de 20 días para disfrutar de esa televisión , que empezaba por la mañana, que ya nos poníamos a ver, y por la tarde a disfrutar de la película navideña que nos echaban, a disfrutar de esa noche sentados alrededor de la estufa donde en familia, jugábamos a las cartas, dialogamos , veíamos la televisión, en compañía del portal de Belén y el árbol de Navidad, estos valores hacían que la Navidad oliese a Navidad, esa botella de coñac, ese café, esos mantecados, hacían un conjunto navideño muy acogedor. Estos ingredientes hacían el sabor de la Navidad.

La Nochebuena era más humilde que ahora porque consistía en matar el pollo que teníamos en el corral y hacer una sopa amarilla que nos sabía a gloria. Era una noche muy humilde y muy especial, llena de afecto entre los sentados alrededor de la candela. Al terminar de comer la carne se habría la gran caja de mantecados, comprados "anca" Diego Millán, y que venían de Estepa. Había chocolate con buñuelos acompañados de las botellas de coñac y de aguardiente. La abuela decía que teníamos que tomar coñac, aguardiente y vino blanco y hacernos hombres. No quería hombres debiluchos que con una copa de coñac ya estuvieran borrachos.

Eran unas Navidades muy pobres en alumbrados, muy caseras, de mucha paz, armonía y felicidad. Otra cosa que le daba mucho sabor a la Nochebuena era la misa del gallo. Algunos de la familia íbamos y otros la seguían por televisión. Al ser un pueblo agrícola, las tertulias giraban alrededor de si había llovido mucho o poco. Si la lluvia había sido buena las conversaciones se llenaban de paz y progreso. En casa cocinaban los lomos y obtenían las mantecas. Comidas típicas de las Pascuas fontaniegas, junto con el guisado de asaduras.


A finalizar las Pascuas fontaniegas venía el día de Nochevieja y el día de Año nuevo. Era una Nochevieja sin cotillones. En el Paseíto de la Plancha celebrábamos la entrada del año, tras las campanadas. Íbamos "ancá" Diego Millán a por el champán para luego consumir y romper en el paseíto. Aquella Navidad del paseíto de la Plancha parecía la puerta del Sol madrileña, abarrotada de gente. Después, todos para casa. Allá por el año 1975 existía la discoteca Silvia y todos para la discoteca. Era una noche muy especial, con un sabor muy diferente a la Nochebuena, pues la primera era familiar y la otra era de los amigos. Celebraciones, besitos y abrazos.

Pero los días de la Navidad, especialmente los días 25 de diciembre y 1 y 6 de enero venían marcados por lo que era nuestra gran institución fontaniega por aquel entonces: el cine Avenida. Aquellos días se estrenaban películas y el cine se ponía hasta la bandera. Días muy especiales. El cine Avenida también le daba sabor a nuestra Navidad. Como no citar aquí las tiendas de José Veneno y Lolita. En ellas comprábamos los belenes y árboles de Navidad. Sus escaparates tenían magia, los niños nos volvíamos locos viendo las figuritas navideñas "ancá" Lolita y "ancá" José Veneno.

En sus belenes había que enumerar todas sus figuritas que nos volvían enloquecer: la cascada con arroyo, la hoguera, molino con río, casitas con tejas, paisajes, escenas, pozos, puente, pastos, anciano con vara, lavandera portal de Belén con palmera, Belén tradicional, Belén de perfil elegante, conjunto de pesebre, casa madera, figuras de pesebres hechas a mano, pastores, figuras de Belén con pastor, los reyes, los camellos... También aquellos días íbamos a visitar las carpinterías en busca de serrín y al campo a cortar la yerba fresca, que íbamos cambiando casi todos los días en el belén.

Días de pestiños, notas y Reyes Magos.