Los murguistas son de una pasta diferente al común de los mortales. No hay dos murguistas iguales, aunque todos tienen algo en común, el tesón y el carácter imprevisible. Para ellos cada día (del carnaval) es una aventura, un salir a ver cómo se da, sueltas las riendas de los sentimientos, el disfrute desbocado y a cien por hora. Capillitas del desenfreno por unos días. Transformistas del alma, cambian de piñón por unos días para dejar que la rueda ruede al ritmo de la copla, la sátira y la diablura. Diablos por un día.

Pregunta.- ¿Con qué edad saliste por primera vez en una murga?

Respuesta.- Eecuerdo que tenia 19 años, fue en 1984 y estuvimos 6 meses ensayando Pepe el Gato, el Sosa, Fernandito el de los Polos, Becerril y Jopito. No teníamos ni idea de lo que era una murga, pero como salían Los Mochos y Los Cherokis... Nos apañamos unas cuantas canciones y salimos con unos monos blancos. Ese año fuimos a cantar a Palma del Río, con más jambre que un murguista, como dice el refrán fontaniego. Alli nos invitaron a comer carne con tomate, ya te puedes imaginar cómo acabamos. De rojo y blanco. En aquella época no había carnaval en casi ningún pueblo y nosotros lo fomentábamos.

P.- ¿Cómo se ensayaba en aquella época?

R.- Entonces también había borrones, como ahora, pero solo había un papel para todos. El que tenía el papel daba la voz de alarma y nosotros lo seguíamos.

P.- ¿Y la censura?

R.- Sí, en aquellos tiempos teníamos que entregar las letras al alcalde en el ayuntamiento para que le diera el visto bueno. También había que pedir permiso para cantar en los bares. Si daban el visto bueno, hacíamos un corrillo y pasábamos la gorra, llevábamos una cajita y así sacábamos para el bocadillo o para pagar la furboneta que nos llevaba de pueblo en pueblo.

P.- Tú has trabajado mucho fuera, viviendo en cortijos. ¿Allí también sacabais murgas?

R.- Sí, recuerdo que nos juntamos unos cuantos, Caparrón, Jose el Mendo, Pepe Perico, José Marín, mi mujer, Miguel el Margarito de maestro. El dueño del Cortijo tenía un bar e hicimos varios contratos en otros bares y en la discoteca. En el primer bar, el maestro fue a echar gasoil y cuando volvió ya estábamos todos borrachos. Nos fuimos a otro bar y el camarero no daba abasto a poner cervezas. El resultado fue que cuando llegamos a cantar a la discoteca y nos subimos al escenario, el maestro pegó el salto y se cayó roando, el del bombo pegó un bombazo y salió la porra despedida. Hubo que suspender la actuación por embriaguez del personal y acordamos con el dueño volver y al día siguiente a enmendar el estropicio. Otra vez en La Carolina fuimos a ver a un amigo de Miguel Margarito, que vivía en un barrio de gitanos y tuvimos que recorrer todo el barrio para visitarlo y cantarle. A la vuelta patrás volvimos cantando a los gitanos, que se portaron de lujo, nos sacaron comida, cervezas y decían que allí no había habío nunca nadie a cantarle. No querían que nos viniéramos.

P.- ¿Tienes más anécdotas?

R- Sí, claro. Un año nos disfrazamos de apaches a pecho descubierto y nos pintamos con pintura de pared. Ya no tuvimos que pintarnos más en to el carnaval porque no había manera de quitarnos la pintura. Otra vez, con Mamurcia de maestro, como recorríamos muchos pueblos, fuimos a cantar a Lantejuela, de allí a La Campana y luego a Villaverde, todo en una furboneta, todos metidos como podíamos, sin asientos ni na. Por el camino nos entraba sueño pero ”El Reloj”, otro murguista, nos mantenía despiertos amenazándonos con meterse el deo en el culo y pasárselo por el bigote al que se durmiera. Ninguno pegaba ojo.

P.- ¿Cómo ves el carnaval de este año?

R.- La verdad es que lo veo bastante flojo, prácticamente nos hemos quedado solos, junto con la murga de La Peña. He visto poco interés por parte del ayuntamiento y
tal vez no hayan sabido gestionar el carnaval de este año. Ten en cuenta que hasta este viernes no hemos sabido nada de la programación. Aún no está anunciado ni el cartel de carnaval, veo falta de motivación. Nosotros seguimos con las mismas ganas de todos los años y, como dice el Margarito, moriremos con las botas puestas. Pero no somos eterno, pensamos que hay que motivar a los chavales y este no es el camino. Queremos que disfruten los fontaniegos y que salgan a la Carrera y que participen en carnaval. Esto hay que sacarlo adelante entre todos.

P.- Tuviste un paréntesis alejado de la murga.

R.- Sí, pero duró poco. Después de unos años sin salir, en 2003 mi cuñao Antonio creó una murga. Ensayamos poco más de un mes y después de mucho tiempo sin haber murgas en Fuentes, la gente tenia muchas ganas y todo salió muy bien. Hasta hasta hoy. Ensayábamos en la sede del PSOE. Una noche, acabábamos de ensayar y mi cuñao Manolo dio la alerta de que su hijo no aparecía. Todos empezamos a buscarlo, incluso los municipales y guardia civil. Al final fuimos al lugar de ensayo y lo encontramos dormido en un sofá entre los cojines. Hubo buen final, pero pasamos mucho susto.

P.- El carro de la murga es un clásico, ¿no?

R.- Con el carro también tuvimos percance en los cacharritos. Un día, al dar una curva, volcó el carro y se fueron a tomar por culo el chorizo, el jamón, el salchichón. Todo esparramao, lo recogimos todo y, al llegar a la Carrera, otra vez el carro al suelo. Ten en cuenta que antes salíamos a jumera por día. Menos mal que no hacían la prueba del alcohol para conducir el carro. El maestro, un día que lloviznaba, se quitó el disfraz en medio la Carrera. Había que verlo pegando el salto en calzoncillos. Otro año íbamos de gitanos y Miguel adiestró a una cabra, la primera murguista, y cumplió haciendo el numerito de la cabra.

P.- No todo en la murga es diversión.

R.- Claro. El año que íbamos de bailarinas me mosqueé, llegué a mi casa diciendo que no salía más, con la jumera cogí una botella de ginebra, subí a la azotea y le metí fuego al traje, así que me quedé sin ginebra y sin traje. Al día siguiente los escuché cantar y me arrepentí de haber quemado el traje. Aún no se me ha olvidado lo que pasé con ese gusanillo por el estomago. Mi mujer, conociéndome, improvisó un disfraz de los trajes de los niños y salí corriendo a unirme a ellos. De las ultimas trastás por una apuesta (ya sabes, el no hay cojones) en la quema del entornao mi cuñao Pepe y yo nos quedamos en calzoncillos y quemamos los disfraces. Mis niños enseguía se lo contaron a mi mujer y ya te puedes imaginar la que me dio. Todas estas anécdotas no cambian mi forma de ser. Como persona sigo siendo el mismo. Pero es verdad que en carnaval me transformo. No quisiera acabar estos relatos sin hacer mención a un gran amigo y compañero “el Zorri” que Dios lo tenga en su gloria, al que echamos mucho de menos y este año más todavía. Él era la alegría de la murga, competente, siempre dispuesto, no tenía mal día. Lástima que se lo llevó la bebida
Para terminar, digo que la murga El Margarito os espera en la Carrera.