Antes de abrir el mesón, Juan Corzo tenía la costumbre de ir a la taberna de los Catalino y comprar una botella de gaseosa "La Casera". Por aquel entonces, el gollete de la botella venía envuelto en papel blanco con el nombre de la marca y su mera visión hacía que a los niños se nos hiciera la boca agua. La boca gaseosa, mejor dicho. En verano, los clientes del mesón de Juan Corzo y los del bar de Antonio Catalino tenían la costumbre de sentarse a la puerta, tanto de mañana como de noche. Tan pocos coches circulaban. Entonces, entre los dos bares se formaba en la estrecha calle Mayor un ambiente parecido al del Cádiz marinero de la Viña y del Mentidero, con aquel olor a vino, a cerveza, a adobo y a huevo con bechamel. Sólo le faltaba la brisa del Atlántico para que el soplo del solano sobre los trigales de la campiña pareciera las olas de la Caleta.

Los mesones fueron en otro tiempo los locales con más raíces en la tradición costumbrista de la España profunda. Eran el envoltorio rústico en el que se servían el potaje, los torreznos, el cochifrito, el arroz con conejo y el jabalí con tomate. El monte dispuesto en mesa de madera maciza, rezumosa de vino rancio, y platos de barro, entre cuatro paredes adornadas con cabeza de jabalí o ciervo como testigos silenciosos del condumio. Los mesones de la España profunda pasaron de moda, como últimamente pasan las nubes sobre los tejados de Fuentes, sin dejar gota. Hasta la palabra mesón suena antigua. Los mesoneros eran gente montaraz, recia y seca como las tierras de la meseta.

Juan Corzo con Chefi Cabrera, coronada Mis Simpatía

Sin embargo, la rusticidad que imponía la gerencia de un mesón tenía poco que ver con la personalidad de Juan Corzo, por entonces un joven atildado, moderno en el vestir, de pelo largo y amante de las artes y de la buena música. Aunque por la época, la música de moda la entonaban Las Grecas con su "Te estoy amando locamente". Pero no sé cómo te lo voy a decir. Tonadilla escasamente refinada para alzarse con la marca de un establecimiento que se las daba de atraer a la crème de la crème fontaniega. El mesón de Juan Corzo era el complemento chic de la naturaleza popular del vecino Catalino.

Juan Corzo iba con pantalón corto al Catalino a comprar su botella de Casera con capirote de nazareno y el mesón no era un mesón cuando los tres mosqueteros llevaban jabalíes matados al corral de la calle Mayor, los descuartizaban, guisaban. Puede que Juan ya soñara con servirlos en fuente de barro, tal como marcaban los cánones de la época. Lo que Juan nunca soñó fue con alardear de mal gusto embalsamando una cabeza de jabalí y con servirla colgada con cáncamos en las paredes de su establecimiento, a modo de macabro homenaje a sus víctimas. Ni él lo soñó ni tuvo ocasión porque cuando abrió el establecimiento ya no estaban los tres mosqueteros de la cacería mayor que le hubieran "obligado" a hacerlo.

Los tres mosqueteros fueron Antonio y Ángel Corzo, padre y tío de Juan, apodados "Pernales", y Pepito Ramírez, mi padre, más conocido como "Garrote" por su porte de estatura, delgadez y rectitud. Hombre más derecho no hubo en Fuentes en muchos años. Los tres mosqueteros de la caza, los dos Pernales y Garrote, compartieron el triste final de toparse con la parca cuando andaban al acecho de alguna pieza que llevarse al zurrón. A Garrote se le disparó accidentalmente la escopeta. El tiro no era mortal de necesidad, pero tardó tanto (8 horas) en llegar al García Morato de Sevilla que cuando entró en el hospital estaba desangrado. Ángel Corzo murió cuando preparaba un puesto de aguardo en Sierra Morena y Antonio Corzo cuando esperaba en el interior de su coche cerca de la venta de Los Remedios. El mesón de Juan Corzo, del que todavía quedan vestigios en la fachada de la calle Mayor, junto al banco Santander, estaba asentado en un local rectangular. Si alguien tiene la curiosidad de meter las narices por las rendijas de la arruinada ventana es posible que todavía huela a carne de caza.

Juan Corzo, Loli Serrano, Chefi Cabrera, Cati Vázquez e Isabel León.

El mesón de Juan Corzo, anfitrión de la juventud moderna de Fuentes, resultó ser un lugar de encuentro de jóvenes durante los años que permaneció abierto. Si sería así que entre sus paredes encontró novia hasta el cura de entonces, don Jesús. Y don Enerto, el maestro escuela. Entre su selecta clientela estaban Pepito el Mojero, Manolito Mesesale, el carnicero, Agustín y Nati de la tienda de la calle Lora, Paco el Barba, el mecánico, María Luisa Mazuelos, Rocío Mazuelos, su hermano Manuel, Laureano Peñaranda, Alfonso Peñaranda, Antonio Peñaranda, Paco Peñaranda, Santi Cantinero, Paquito Guerrero, José María Hidalgo Colorado, Mari Carmen Medrano, Trini Ramirez...

El mesón no era un simple bar de copas y tapeo como cualquier otro de Fuentes. Sus aspiraciones iban mucho más allá en distinción y exquisitez. Juan Corzo había abierto su mesón a principios de la década de los 70. Tenía el joven mesonero 21 o 22 años. La llamativa carpintería de su local era obra de un afamado Sebastián Carmona, padre de la conocida "Pepi la peluquera", que se casó con un lantejueleño. Sebastián Carmona montó su mostrador de madera sobre rústicos troncos de árbol sin desbastar. Diseño del propio Juan Corzo. El mesón también fue conocido como "de los capachos" por los adornos traídos desde Osuna para decorar sus paredes. El suelo era de losas de chinos y la iluminación, la típica de un mesón de la época.

El mesón lo estuvo llevando Juan Corzo durante más de diez años, aproximadamente hasta 1983. Un año antes del cierre, en 1982, lo amplió para incluir el patio de la casa, donde puso una chimenea y unos confortables asientos. Aquel rincón protagonizó buenas partidas de cartas y tertulias hasta altas horas de la noche, como era costumbre en Fuentes. Allí puso la primera televisión que tuvo el mesón, comprada para ofrecer los partidos del mundial de fútbol de 1982. También acometió la ampliación hacia la parte de arriba del local y, en una de las habitaciones que daba a la calle, José Manuel, hermano de Juan, tuvo una corta participación en el negocio.

Luego, Juan traspasó el negocio a Manuel Enri, maestro de la escuela de la estación, que lo transformó en el "Pub Fresa". Las modas cambiaban y era cuestión de probar suerte con un nombre más acorde con los tiempos. La palabra pub sonaba modernidad europea y mesón, tan rústica, a carpetovetónico. Manuel Enri era más moderno que Juan Corzo, o eso creía él, y conocido en la estación por su fea costumbre de no corregir los exámenes de los alumnos, por lo que algunos, como era mi caso, sacábamos sobresaliente en Lengua Española sin haber acreditado méritos suficientes. El pub Fresa estuvo muy animado durante un tiempo. Hasta que para los carnavales de 1985 se hizo con la riendas del local Justo Corzo, hermano de Juan.

Juan Corzo con su sobrino

En realidad, Justo se llamaba Antonio como su padre, pero por esas cosas tan de Fuentes, todo el mundo lo llamaba Justo. Antonio-Justo había estado emigrado en Barcelona durante 8 años, donde trabajó conduciendo un camión de mercancías inflamables. En 1983, cansado de Barcelona o porque Fuentes le tiraba, se puso a trabajar de tractorista con los Peñaranda llevando un potente John Deere, de lo que entonces se consideraba potente, tal vez de la serie 35, posiblemente un 21-35. Después de rodar dos años levantando rastrojos, decidió que prefería trasegar copas y platos de ensaladilla. Tomo el volante del mesón, lo hizo fonda para la Expo-92 y lo condujo con rumbo fijo a lo largo de diez años, hasta 1995.

Condumios y avatares empresariales aparte, Juan Corzo destacó también organizando la elección de "Mis Mesón", la belleza o la simpatía femenina al poder. Por aquellas fechas la elección de mises pegaba fuerte y las había hasta debajo de las piedras. Mises y musas de las fiestas -pubillas en Cataluña- eran moneda común en todo jolgorio que se preciara. Las mises del mesón duraron cinco años, cinco víspera de la feria que atraían al personal a las mesas, a la barra y, sobre todo, a la caja registradora. Juan fue también un impagable anfitrión de los bailes de disfraces de carnaval de los años 80 y padre de la romería. Juan Corzo fue a hablar primero con don Jesús el cura, sin resultados favorables. Tuvo que esperar la llegada del siguiente cura, don Ramón, para ver realizado su sueño de ir camino del castillo, dotado de botos camperos, detrás de la carreta de la Virgen.

Juan Mesonero, Juan pintor, Juan devoto de la Virgen. Todo eso fue Corzo antes de elegir el retiro actual en la ciudad de la Mezquita. Enseñó a pintar en los colegios de la Puerta del Monte y de la estación. Imaginero de su propio mesón, decoró los escaparates de las tiendas de tejidos más importantes de Fuentes (Millán y Teodoro Herce), dependiente de Lolita en la calle Lora y, sobre todo, hermano mayor de la hermandad de la Veracruz. Diría que Juan Corzo fue en aquellos años una de las personas más populares de Fuentes. Pupilo destacado el pintor Manuel Mazuelos y once años hermano mayor de una obra de arte que despertó en Fuentes la máxima devoción confieren a Juan Corzo el pedigrí de máximo lustre. Hermano mayor que fue popular en Fuentes por ser buen pintor y mejor decorador. Juan tenía arte para todo lo que emprendía: detrás de la barra de su mesón sabía escuchar a sus clientes y sabía hablar con delicadeza y exquisitez. Delante de la barra, entregó su carisma a la Veracruz, tan cerca uno de otra en el tramo más señalado de la calle Mayor, justo enfrente de los Catalino, allí donde el aire sopla de poniente con aromas del mar de la Caleta.

(En la foto de portada, Juan Corzo, Pablo Molina, Jesús el cura y Pedro el maestro de escuela)