Este domingo se cumplen 93 años de la proclamación de la Segunda República Española, el 14 de abril de 1931, despertando grandes esperanzas en el pueblo español. Fue un día trascendental en la historia de España: el final de la monarquía y de las reuniones e intrigas del Gobierno saliente, los manifiestos del Gobierno provisional de la República, las manifestaciones en las calles… y la alegría. El rey Alfonso XIII de Borbón abandonó precipitadamente España suspendiendo deliberadamente el ejercicio del poder real, tras conocer los resultados de las elecciones municipales, celebradas dos días antes. Pero los avances de la Segunda República fueron sepultados el 1 de abril de 1939 cuando las tropas sublevadas consolidaron el golpe de estado y con ello la liquidación del legítimo gobierno y del estado de derecho. Aún hay muchas víctimas ocultas en las cunetas.

Con la proclamación de la República se abrían inmensas perspectivas de cambios políticos, económicos y sociales, pospuestos durante decenios. Se iniciaron las reformas políticas necesarias, mediante un cambio profundo de las estructuras sociales, económicas y culturales, para poner a España en la senda de la modernidad. Poco tiempo duró todo. El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y la guerra que provocó, rompió la esperanza y liquidó todas las reformas sociales iniciadas por el legítimo gobierno y el estado de derecho, que reconocía la Constitución republicana.

El sistema político republicano moderno se identifica con un modelo de valores, expresión de la voluntad libre y soberana de la ciudadanía: el pueblo se gobierna a través de representantes elegidos democráticamente y la igualdad de oportunidades como esencia de sus principios. En este sistema, la jefatura del estado también es elegida, y no hay rey o líder que guíe, arbitre o gobierne; no hay persona o figura que esté por encima de la ley, ni que sea irresponsable ante ella.

Aunque el concepto de república ha variado y evolucionado a lo largo de los tiempos, sigue conservando como primer concepto republicano “el pueblo se autogobierna” y se protege la libertad como un concepto contrario a la dominación. El primer principio republicano se nutre de unos conceptos básicos: todo se fundamenta en el derecho y el imperio de la ley y todos son iguales ante ella; busca la igualdad de oportunidades como esencia democrática; acepta la participación ciudadana como marco de referencia y antepone los derechos civiles y la transparencia, como oposición a la corrupción política.

Una monarquía puede ser democrática, parlamentaria y constitucional, pero es un símbolo de transmisión del poder por herencia, por lo que está muy alejada de los principios de igualdad ante la ley y de oportunidades. La monarquía por tanto es antidemocrática y opaca en sus actos. Tiene un carácter público, pero sus actos, en infinidad de ocasiones, permanecen ocultos a la ciudadanía.

La República, como forma de gobierno, no garantiza ni el bienestar ni la democracia, pero establece mecanismos para salvaguardarlos con sus propios valores. El acceso a la jefatura del estado deja de ser hereditario, vinculado a la sangre, para serlo por medio de una elección libre y democrática con la participación del pueblo, a quien va a gobernar. La ausencia del carácter vitalicio del poder hace más difícil que las personas se acomoden a los cargos públicos. Se debe respetar el principio de que unas generaciones no pueden comprometer el camino y las oportunidades de las futuras, para que puedan proyectar sus actos sin ataduras a la historia.

En el republicanismo se conjugan las ideas de honestidad, integridad, honradez, lealtad y justicia en el gobierno de la cosa pública. Ideas que estuvieron presentes en la Revolución Francesa, que adoptó el lema “Fraternidad, representado por el color rojo; Igualdad, representado por el amarillo, y Libertad, representado por el color morado. Los colores rojo, amarillo y morado se abrazan y funden en la bandera republicana porque representan sus tres principios básicos, fraternidad, igualdad y libertad.
Se puede pensar que la actual Constitución española tiene contenidos del pensamiento moderno, pero no por ello podemos reconocer que en su articulado se recoge la idea monárquica que es la evolución de la monarquía absoluta española de otros tiempos, que ha cedido parte de su soberanía, procedente de Dios y no es el pueblo quien le otorga su poder. La Constitución española declara que la soberanía reside en el pueblo y que de él emanan todos los poderes del Estado, pero olvida que si bien el pueblo elige al poder legislativo y éste al ejecutivo y judicial, no ocurre así con el Jefe del Estado, que siguiendo lo establecido por Franco en la Ley Fundamental de 26 de julio de 1947 y la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado del 22 de julio de 1969, se aceptó a Juan Carlos de Borbón como rey de España y no a su padre, legítimo heredero de la corona. Por lo tanto, podemos decir que nuestra actual monarquía tiene sus orígenes en la dictadura de Franco, que así la diseñó.

Según el artículo 56.3 de nuestra Constitución actual, la persona del Rey es inviolable, está libre de toda responsabilidad y, por lo tanto, por encima del principio de igualdad ante la ley, según establece el artículo 14: “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Al carecer de responsabilidad, no está sujeto al mandato de las leyes.

La II República española tuvo una clara visión de la importancia real de la igualdad de todos los ciudadanos. Por ello, potenció como principio fundamental la igualdad entre hombres y mujeres, permitiendo la incorporación de estas últimas a la vida política activa y estableciendo, por vez primera, el sufragio femenino, basándose en que la política debe ser una actividad en la que todos los ciudadanos puedan desarrollar sus potencialidades individuales para ofertarlas a la colectividad. Este principio se basa en que, lejos de menospreciar a los políticos, la república piensa que la política debe ser y es una actividad llena de dignidad, honestidad y responsabilidad. Y estas actitudes pueden poseerlas los hombres y también las mujeres, a las que debemos darles el lugar que merecen.

En definitiva, podemos decir que los valores básicos del republicanismo son:
* Igualdad de derechos civiles
* Pleno ejercicio de las libertades
* Igualdad de oportunidades
* Universalidad de la enseñanza, la educación, la cultura y la medicina  
* Reconocimiento de los derechos fundamentales tales como la libertad de asociación, de manifestación y de prensa.
* Reconocimiento de libertades esenciales: de pensamiento, de conciencia, de religión, de opinión y de expresión. 
* Laicismo por definición.