Hace unos días apareció en este periódico un artículo que hablaba de los parásito con pedigrí, expresión afortunada que definía perfectamente a estos personajes, viejos conocidos de España, que vienen de lejos. Son los herederos de aquella corte de los milagros, parece que se han empeñado en ser protagonistas de un podcast de  Nieves Concostrina.

Igual actitud ha tenido el futbolista Gerard Piqué diciendo que en ese mundo el 10% es lo normal. ¡Pero en qué mundo vive esta gente! No se ríen de nosotros, simplemente somos invisibles para ellos, se ven como personas ajenas al resto, ellos y ellas se lo merecen todo, eso creen firmemente. Si alguien les echa en cara su inmoralidad o falta de ética se les ocurre decir que lo que hacen es legal confundiendo las leyes, leyes de un mercado despiadado, con la justicia, con ser personas respetables. En realidad son despreciables. Lo grave es que, con frecuencia, son admirados, unos porque aparecen en la revistas de colorines y en los programas hipnóticos de las televisiones, otros porque son deportistas de élites o políticos de profesión.

Son capaces de decir que es bueno para los derechos humanos y especialmente para los de las mujeres celebrar la supercopa de España en Arabia Saudí y se quedan tan panchos. Lo verdaderamente malo es que cuando se anunció y se celebró no pasó absolutamente nada. Recuerdo que anduve varios días preguntando a los aficionados del fútbol que cómo podía ser eso… No sé si lo vieron por la tele, seguramente sí. Fue  una manera de legitimar un régimen que no respeta los derechos humanos, que asesina a disidentes. Pero nada de eso importa cuando el espectáculo es lo primero.

Vivimos en un país donde al parecer da prestigio ser un defraudador o un comisionista. Con esta gente cada vez somos más pequeños, se nos contenta con aspirar a ser un poco parecidos a ellos, aunque no todos son así. Hay gente trabajadora que nunca va a ser importante ni rica. La meritocracia es un invento del capitalismo, pero sirve para hacer que este mundo sea un poco mejor. Pero nadie admira a esas personas trabajadoras. Nadie o casi nadie. Nos falta espíritu crítico, dejar de admirar a esos personajes que se creen con derecho a tenerlo todo, que se molestan porque se le exige un poco de ética y ciudadanía.
Declaro, como la canción de Serrat, que entre esos tipos y yo hay algo personal.