Fuentes vivía entre algodones, mejor dicho, entre algodonales. Oro blanco lo llamaban. Transcurridos los años, de aquello apenas han quedado cuatro cachos acá y allá. Todo cambia, dicen, incluso en el campo. El algodón entró en Fuentes allá por los años sesenta como una bendición, dio trabajo y dinero, pero lo mismo que llegó se fue, pero no con viento fresco, sino con el viento del dinero. Dejó de ser rentable su cultivo. Como la remolacha y otros cultivos pasajeros del tiempo. Como los olivos, que fueron y vinieron de nuevo al socaire de los intereses económicos, que son los que realmente mueven el mundo. Poder y dinero trastornan la vida de los pueblos.

Por estas fechas, recién terminado el verdeo, en Fuentes empezaba la recolección del algodón. Blancos y verdes, los campos parecían salir del verano extrañamente cubiertos por una copiosa nevada. Había que recoger una primera cosecha de algodón desde últimos de septiembre hasta mediados de octubre. La competición había empezado. Los campos nevados se poblaban de cuadrillas arrastrando sacos a la carrera compuesta por tres etapas. La segunda etapa arrancaba a últimos de octubre y concluía a mediados de noviembre. El último coletazo lo daba la cosecha a finales de noviembre, el punto en el que los jornaleros se ponían de nuevo en la parrilla de salida, pero esta vez para la cogida de la aceituna que concluía mediados de febrero. El breve paréntesis de marzo y abril daba para recargar combustible antes de salir zumbando para la costa a fregar platos, servir cafés, limpiar mesas, hacer camas, lavar ropas... Hasta septiembre, que empezaba de nuevo el verdeo y vuelta a correr.

Fuentes era así un circuito de velocidad casi todo el año. Había jornaleros y jornaleras fórmula 1 y pilotos de rally a bordo de todo terreno sin ruedas. Apenas habían llegado máquinas cosechadoras y todo recaía sobre los hombros de jornaleros y jornaleras. Las mujeres eran excelentes competidoras en los campos de algodón, donde las cinturas de los hombres se rompían con frecuencia antes que las cinturas de las mujeres. Las manos sangraban y los brazos dolían por igual. Esa fue la vida de muchos currelas de Fuentes. Fontaniegos de alta competición.

Para el jornalero -y la jornalera- el algodón era duro como la piedra. Suave sería para otros. Para los fontaniegos, el algodón era estar todo el día agachado, clavándose púas en los dedos y arrastrando un saco "a to meté". Que se lo hubieran preguntado a Fernando el Espurgagato cuando se iba al poblado de Setefilla, en Lora del Río. Iba con Pepe Ricardo, que vivía frente al cine Avenida en la calle Mayor. A Pepe Ricardo le concedieron tierras de regadío y casa en Setefilla, donde ofrecía cobijo a Fernando a la hora de la cosecha. En aquellos tiempos las familias se metían en cualquier lugar para descansar después del trabajo.

Fernando admiraba lo buenas algodoneras que eran las hijas de Ricardo, la Pepa y la Puri. "Tienen la cintura de plástico", decía. Ricardo había sido carnicero en Fuentes y, cansado de la plaza, solicitó tierras y casa, que le concedieron. También se las concedieron al tío Morón, en Trajano, otro algodonero que vivía en la calle Cerrojeros. Su hijo Francisco Toledo vino a dar clase a la escuela de la estación, un maestro más algodonero y más de la bandera de Andalucía que Blas Infante. En el poblado del Veredón, en Lora del Río, batían récord cogiendo algodón Cristóbal Adame, el Jardinero, y su esposa María la Alcaldesa. Les acompañaban Andrés Garranchito y su esposa Anita, otra de la familia de los Alcaldes.

Pepe el Alcalde le decía a su hermana Carmen "anda que miras más que una burra arando". Los cuatro hacían cuadrilla y nadie les hacía sombra en el poblado del Veredón. Muy buena algodonera fue Carmen, la esposa del Paquillo Perea. Carmen iba con sus hijos enseñándoles a coger algodón. Paquillo Perea no era muy aficionado a coger algodón, pero era muy diestro con las máquinas cosechadoras y llevaba a su hijo mayor a enseñarlo a manejar. Actualmente el hijo de Paquillo Perea es de los mejores maquinistas de Fuentes, con máquina propia.

La cogida a mano en Fuentes entra en crisis con la década de los noventa. Las primeras cosechadoras de algodón fueron las de los Antonios, Servicios agrícolas Los Antonios", conocidos en Fuentes como Bichorro y Caco. Dos fenómenos de las máquinas cosechadoras de algodón. En Fuentes son dignos de admiración porque empezaron de la nada. El cultivo del algodón fue rentable las décadas de los 60, 70 y 80, pero a partir de los 90, el precio cayó y la única forma de sacarle algo de dinero era utilizando máquinas y evitar peonadas. Fue sustituido por los garbanzales y la remolacha. Un buen algodonero de Fuentes fue Servando Sánchez León, de vocación el campo, tenía como vocación los algodonales, en la actualidad los olivos.

Servando tenía una haza en La Llana, con un pozo de brocal anchísimo. Para bajar al motor había que usar escaleras. Araba el algodón con una mula, asurcando para regar, y acarreaba a Fuentes con un carro. Sus hermanas Conchi y Carmen, que eran de acero, les ayudaban a coger el algodón. También sus padres, Pepe y Aguedita, les ayudaban. Era una familia criada junto a una mata de algodón. Todos a una.

Otra familia de buenos algodoneros era la de Sebastián el Penco, sus hijos Cristóbal, Pablo, Rosarito, Filomena y su última hija, que ahora no recuerdo el nombre. Sebastián el Penco tenía cuatro virtudes: era comunista, bético, buen algodonero y del Señor de la Humildad. Todas las semanas santas se metía debajo y allá por 1976, ganaba 650 pesetas de costalero. En aquellos años, el comunista Diego el Tío los Hierros se entrevistaba con algunos agricultores para que sembrarán algodón y dieran peonadas, pero cuando ya estábamos en los años 90 aquello era inviable. Las máquinas habían empezado a coger y las peonadas quedaron para el recuerdo y la nostalgia, para estas crónicas de la nostalgia.