La alegría y la tristeza pueden medirse de forma exacta, científicamente. La unidad de medida de la dicha en un pueblo agrícola como Fuentes es el litro. Más exactamente, el litro por metro cuadrado. La tristeza también se mide en litros por metro cuadrado, aunque en este caso tiende a usarse el medidor popular de la lágrima. En realidad, el litro por metro cuadrado da la medida de casi todo aquí. Los litros por metro cuadrado se notan en el tintineo de las cajas registradoras de los supermercados, en las matrículas de los coches que circulan por las calles, en los polveros, en las zapaterías y en las barras de los bares. Aunque parezca mentira, todo o casi todo lo que hay en Fuentes está expresado en litros por metro cuadrado.
Si aceptamos que lo anterior es cierto, aunque en el pasado lo fue más más que ahora, convendremos en que Fuentes hay cada vez menos alegría. En concreto, desde mediados del siglo pasado, 121 litros por metro cuadrado de menos alegría cada año. En los últimos cincuenta años hemos perdido 6.292 litros por metro cuadrado de alegría. La cuenta es la siguiente. Si tomamos como referencia lo que llovió de 1900 a 1970, veremos que Fuentes recogió una media de 653 litros por metro cuadrado. A partir de 1970 y hasta 2022, la media está por debajo de los 532 litros por metro cuadrado, es decir 121 litros menos de media al año. Por lo tanto, podemos concluir que Fuentes ha perdido desde el año 1970 unos 6.292 litros de alegría, aunque habría que matizar que en ese periodo de tiempo ha habido años tristes y años alegres. Y hasta muy tristes y muy alegres.

Por ejemplo, en esta peculiar clasificación de años tristes y alegres, podríamos decir que de 1900 a 1970 hubo más años dichosos que desdichados. De esos 70 años, 49 vinieron cargados de alegría, es decir de litros por metro cuadrado, y 21 de pesadumbre. En cambio, entre los 52 años que van de 1970 a 2022 han proliferado más los años tristes, 34, que los alegres, sólo 18. En esto de la lluvia parece hacerse real aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Aunque también hubo entonces años calamitosos. Como lo fue el de 1945, año que se registraron sólo 279 litros por metro cuadrado, no hubo cosecha alguna y aquello pasó a la memoria colectiva como "el año del hambre". Los años cuarenta fueron muy difíciles para Fuentes, de lo que podríamos concluir que fue la década más triste del siglo XX.
Cincuenta y cuatro años después, en 1999, se repitió la historia, aunque peor porque el ciclo hidrológico se cerró con apenas 187 litros por metro cuadrado, el peor registro en 122 años. Lo llamativo es que el año 1999 no provocó las mismas secuelas económicas que 1945 porque el país ya había dejado atrás las penurias de la postguerra y la alegría empezaba a estar menos condicionada por los litros por metro cuadrado caídos del cielo. El comportamiento caprichoso del cielo, que tradicionalmente ha repartido dichas y penurias sin ton ni son, ha dado lugar a supersticiones de todo tipo. Una de ellas dice que los años terminados en 1, en 2, y en 3 son siempre cortos de alegrías.
Y algo de razón debe de tener la creencia popular porque en la década de los ochenta, 1981 dejó 388 litros por metro cuadrado. El año siguiente, 1982, dejó 427 litros por metro cuadrado y 1983, apenas 481 litros por metro cuadrado. En la década de los noventa se repitió la historia. El año 1991 dejó 423 litros por metro cuadrado, 1992 otros 458 litros por metro cuadrado y 1993 apenas 358 litros por metro cuadrado. La década del veinte de este siglo va por el mismo camino de la superstición. En 2021 se registraron 365 litros por metro cuadrado y algo más en 2022, pero sólo 430 litros por metro cuadrado. Claro que a los supersticiosos les falla la regla cuando en la década de 1910. El año 1911 fue uno de los más lluviosos del siglo, con 1.107 litros de felicidad por metro cuadrado. Le ganó 1915, año que registró 1.123 litros. Dicha a raudales. Corrían los felices años 10, con una media de 727 litros a lo largo de diez años.

El año 36 podría haber pasado a la historia como feliz, pero la guerra rompió los buenos augurios de aquellos 1.056 litros por metro cuadrado. Cuando llegó el 18 de julio, la gente de Fuentes comprendió que la lluvia no había sido más que un espejismo de alegría. No volvieron las alegrías hasta 1963, cuando el cielo regó Fuentes con 1.061 litros de dicha, y en los 70, que lo bendijo con una media de 718 litros de media a lo largo de los diez años. Eran los ciclos de la naturaleza, decían los expertos. Años buenos y años malos en un valle que es de lágrimas, pero también de fiestas. Cambiaban los años, las lluvias, las cosechas, los pozos y los manantiales. Y la expresión de las caras de los fontaniegos y fontaniegas.
Los cultivos eran unos u otros, según los designios del cielo. Cuando había agua, los mayetes sembraban olivos porque agarraban con mucha facilidad. También maíz, algodón, melón y sandía de secano. En los últimos 50 años es difícil plantar olivos en el secano y se opta por el trigo, el girasol, las habas y el garbanzo. En los 70 primeros años del siglo pasado en las casillas había pozos y las buenas precipitaciones permitían la ganadería de yeguas, mulos, vacas, cabras, ovejas, pollos, pavos, becerros... Una década corta de alegría fue la de los noventa, en la que cayeron 418 litros. En Fuentes se decía que mientras hubiera agua para beber no pasaba nada. Eso era porque desde finales de los años setenta se contó el agua del embalse del Retortillo.

Hasta entonces no había más alegría que la regalada del cielo y surtida por los pozos de la Aljabara y del Palomar. Las restricciones eran habituales. Con el Retortillo llegó la tranquilidad y la confianza en que el agua nunca iba a faltar. No ha faltado, de momento, aunque el Retortillo está al 17 por ciento de su capacidad y la cuenca del Guadalquivir, a la que pertenece, está por debajo del 25 por ciento. El embalse del Retortillo abastece a unos 220 000 habitantes incluidos en el consorcio del Plan Écija, compuesto por Fuentes, La Luisiana, Cañada Rosal, La Campana, Marchena, Paradas, Arahal, Morón de la Frontera, La Lantejuela, Osuna, La Puebla de Cazalla, el Rubio, Marinaleda y Herrera.
Lo anterior lo dicen los números y alguna superstición sin fundamento. Luego están las locuras del tiempo, porque en Fuentes siempre se ha dicho que el tiempo está loco. Cuentan nuestros mayores que hubo un junio que se pegó todo el mes lloviendo. Fue por aquellos años en que sembraban maíz, algodón, melones y sandía de secano... que aquella primavera prolongada acabaron enguachinadas. Mayo de 1984 estuvo casi todos los días nublado y llovió bastante. Hasta el 19 de marzo de 2008 apenas había caído una gota. El campo de Fuentes agonizaba. Hasta que ese día, miércoles santo, dijo a caer agua y estaba finalizando abril cuando los mayetes pedían al cielo que dejara de regalar alegría, que las pipas no quieren tanta agua.