Requiem por el Puente Blanco. Ha sido eliminado sin previo aviso, con alevosía, porque amenazaba hundimiento. ¿Habría podido salvarse? Por supuesto. Hoy en día hay soluciones para preservar un puente así, puente que era parte de la memoria viva de muchas generaciones de fontaniegos. Por eso el derribo ha provocado mucho malestar entre los vecinos de Fuentes. Atesoraba demasiadas vivencias, innumerables recuerdos para dejarlo ir sin una lágrima de cientos de vecinos cuya infancia cruzó ese puente por arriba y por abajo.

Ha muerto un trozo del patrimonio de Fuentes. El Puente Blanco fue un gigante para los niños y niñas del ruedo. Ojo escrutador del pueblo de las veleidades aristocráticas de su vecina Alameda. En el barro de las laderas del arroyo crecieron los que vivían en las calles Convento, Caldereros, Medio Manto y Nueva. Conforme crecieron los niños fue disminuyendo el porte del puente. El ojo del puente cada vez más ciego. El armazón, artrítico. Las almenas, tuberculosas. Empequeñecido, envejecido, sometido a un tráfico excesivo de vehículos cada vez más pesados como consecuencia del tráfico de camiones de la planta de áridos del arenal, para los que no estaba preparado.

Con el paso de los años y el aumento de los camiones, los niños se hicieron grandes y el puente cada vez más pequeño. Ahora es un enorme agujero en medio de la carretera cortada por la máquina asesina. Sin compasión, sin conciencia. Han dejado un vacío en muchos corazones. Hubo una vez en Fuentes un puente al que llamaban Blanco. Descanse en paz.