Para el emigrante, abandonar Fuentes es como echarse a rodar por una pendiente con final desconocido. Como dejarse llevar por el caudal de un río que desemboca en un mar incierto, cuyo estuario le acogerá al final del viaje como un canto rodado. Como un trotamundos. Rolling Stones de la emigración. El éxito guía al emigrante la mayoría de las veces y entonces, años después de su llegada a la estación término, tiende a recorrer mentalmente el camino de vuelta todos los días de su vida. Como el mito de Sísifo, aunque sin la pesada carga. Sesenta años después de su marcha a Barcelona, Juan Aguilar Barrera, "Juanito Zapatero", sigue unido a Fuentes por el cordón umbilical de los recuerdos y los sentimientos.
Sorprende la resistencia de la cuerda que amarra la infancia a la memoria. Juan Aguilar puede describir con la minuciosidad del artesano el ambiente que había en el zambullo del Manchego, de la calle Cruz Verde, cuando él era un niño del Postigo que se colaba en el tabuco aprovechando que iba a ver el taller de bicicletas del fondo de la casa. Cuenta Juanito Zapatero que allí están, todavía en su memoria, el Chato el Polvo y el Pastor de la Violina cantando flamenco, uno de ellos bailando con una hogaza de blandá sobre la cabeza alrededor del tonel que daba la bienvenida a los parroquianos en el zaguán de la taberna. Era el Chato el Polvo un tipo muy peculiar, larguirucho y jaranero, que vestía pantalones y camisa amplia, ambos con más rotos que tela, las calzas atadas con jilillos aquí y allá para evitar el espectáculo de lo que sus calzoncillos, en el caso improbable de que los hubiese tenido, no lograrían esconder.
Cuando no cantaba y bailaba en el zambullo del Manchego, el Chato el Polvo tenía como actividad principal el despellejo de los burros muertos, de cuyo trabajo sacaba el único beneficio de los cachos de carne que se venían con el cuero. Recuerda Juanito Zapatero que una vez terminado el baile alrededor del tonel con la hogaza sobre la cabeza, los concurrentes se la repartían a pellizcos como buenos hermanos, mientras se calentaban con un vaso de vino y otro de caldo de caracoles, picante hasta la exclamación. A veces se les unía Andresillo el Jerrero, que trabajaba en la herrería de la calle la Matea. Juanito iba por allí a accionar el fuelle de la fragua y a admirar el buen oficio del Andresillo, experto en martillear a compás el hierro de lunes a sábado y en perder por completo la pauta con la borrachera de los domingos.
Una vez, alguien tiró una vaca muerta en el barranco de los arrieros, detrás del puente de la Lagunilla y, como era de esperar, atraídos por el acontecimiento acudieron tantos buitres que el cielo se puso oscuro como si fuese a llover. Pero como el hambre era tanta en la tierra como en el cielo, también acudieron los vecinos del barrio la Rana. Allí está aún, en la memoria de Juanito, la Chica la Pericata armada con una chaveta de zapatero sacando los mejores filetes de la mejor carne del mundo, la que había, con la destreza de un buen matarife. Las ocasiones de comer carne no se prodigaban en aquel Fuentes de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, cuando Juanito correteaba por los alrededores de cualquier acontecimiento digno de ser recordado más tarde en los interminables días rellenando sobres con el dinero de las nóminas de cinco mil empleados de una empresa a orillas del río Besós. O puede que fuese el Llobregat.
Para regocijo de hambrientos y aprovechados, otro día el tren de Fuentes le mató varias ovejas a un rebaño de Gerardo Novales. Debían de andar muy descuidados el pastor, las ovejas y el maquinista porque el tren de la época no circulaba por el puente la Lagunilla precisamente a la velocidad del rayo. Pues bien, al lugar acudió medio Fuentes, todos empeñados en dejar en pañales la supuesta maestría de la Pericata en el manejo de la chaveta. ¡Ay!, el problema fue que el beato Gerardo Novales puso como condición a todo aquel que quisiera un solomillo de oveja que antes tenía que confesar sus pecados y comulgar como manda la santa madre iglesia. En el registro parroquial no consta cuántos fontaniegos pasaron por el confesionario, pero seguro que el rebaño resultó numeroso y del agrado de aquel gran pastor de almas, mejor que de ovejas, que fue Novales.
Entonces ocurrió que los amantes de las historias sabrosas de Fuentes perdieron a un gran narrador. Como tantos y tantos fontaniegos, Juan Aguilar emigró a Barcelona. El triste momento tuvo lugar exactamente el 28 de julio de 1963. Los americanos viajaban a la luna (1969) y los fontaniegos a Santa Coloma de Gramenet. El canto rodado llamado Juanito Zapatero cayó durante 48 horas por el tobogán del catalán rumbo a la desembocadura de la estación de Francia. Mucho jierro que roar tenía aquella emigración. Cinco días más tarde ya trabajaba, aunque durante ocho o diez años sintió que no era capaz de tocar el suelo con los pies. Pocos meses de meritorio en una empresa de espectáculos con sede en las Ramblas, marineros americanos ávidos de sexo y puñetazos, 1.500 pesetas de sueldo. Otro tiempo más de camarero en una cafetería de ambiente refinado, demasiado refinado para un chaval que venía de rondar el barrio la Rana y de esquivar "bulterates" con la bicicleta por la carretera de la Aljabara con Currito Bejarano y Alfonso Peñaranda. Hubo aún otro tiempo más de camarero en un hotel de L´hospitalet del Infant, para acabar dando con sus huesos de chupatintas.
Canto rodado. Las vueltas que da la vida. Resulta que don Francisco el cura se empeñó en que Juanito aprendiera mecanografía en la máquina que tenía en la sacristía de las Mercedarias. Las diabluras las aprendió Juanito sin la ayuda de don Francisco, sino de los otros monaguillos. Como pisarles la sotana a los novatos para que se estrellaran contra el altar. Don Francisco le mostró el camino de los jeringos para el desayuno y, en la misa, a retirar el agua y a retener el vino. Monaguillos con fecha de caducidad porque don Francisco no los quería con más de diez años. Decía que a esa edad los niños se volvían ariscos. Luego don José el cura lo quiso mandar al seminario porque Juanito se sabía el catecismo como ninguno. Eran los tiempos en que don Manuel Urbaneja pasaba lista de los que iban a misa y a los que faltaban los expulsaba de la escuela salesiana. Educación compasiva.
La primera escuela de Juanito fue la que puso Pepe Pinito en su casa de la calle Ancha. Los niños se sentaban en las cajas de madera donde se vendía el jabón y tenían por todo material pedagógico una pizarra y un pizarrín. Iban desde 5 a 14 años y los más grandes se sentaban alrededor de una mesa redonda a aprender caligrafía, las cuatro reglas y algo de geografía. Sólo algo. Fue allí donde Juanito descubrió en el mapa de España la situación de Málaga gracias a la guantá que le dio Pepe Pinito para quitarle la repentina miopía que padeció una tarde de clase. A cocotazos iban descubriendo en el mapa las capitales de provincia de España los ochenta niños allí amontonados, que huían por la puerta falsa a la voz de "¡que viene el inspector!".
Las diabluras de entonces llevarán a Juanito al infierno -o no- pero la mecanografía lo llevó derechito a un puesto de administrativo, primero en la empresa de transportes Auto Madrid, después en Torras, Herrerías y Construcciones. Cinco mil nóminas arriba, cinco mil nóminas abajo. Cargando millones de pesetas con una saca en el tranvía. Más tarde, en Mototrans, la fábrica de Ducati, pero allí la empresa movía más letras impagadas que sacas con dinero y tuvo que seguir rodando hasta caer como jefe de almacén de una distribuidora de libros de Planeta. Finalmente, un año de paro y la jubilación lo salvaron de la hecatombe laboral que desencadenó en 2009 la explosión de la burbuja inmobiliaria.
Juan es hijo de Cristóbal Aguilar, conocido como el Noble, y de Pepa Barrera. Criado de pequeño en la calle las Flores y de menos pequeño en el Postigo donde Paco el Pintado reinaba cuando lo dejaban los endemoniados Juanito Zapatero, Pelecha, Pelayo y Miranda, la caterva de muchachos que le espantaban los clientes diciéndoles que salían ratones de las cajas de galletas y que el gato había chupado el bacalao. El mismo Postigo donde el Gallina de Marchena "siempre tendido en la arena" se pavoneaba asegurando que aquel año iba a torear en la feria y que tenía un apoderado tentándolo con propuestas extraordinarias.
Juanito vive en Mollet, pero va y viene todos los días al Postigo de Fuentes. Después de emigrar tardó 20 años en volver a Fuentes, pero cuando llegó los adoquines le hablaron de Paco el Pintado, del Chato el Polvo, del Pastor de la Violina, de Andresillo el Jerrero, del Maito, del Bizco la Chatarra y de la Chica la Pericata. Tal como si acabaran de verse. Juan Aguilar tiene un hermano, Pepe, y dos hermanas, Rosario y Conchita. Ninguno vive en Fuentes, aunque Fuentes vive en todos ellos. Está casado con Montserrat Domenech, con la que tiene un hijo llamado Benjamí. Juanito contó recientemente en este periódico una parte de sus recuerdos en la serie de dos artículos titulados "La batalla del chalé de Camarita (I)" y "La batalla del chalé de Camarita (y II)". No contento con ello, ha insistido en la hazaña añadiendo aquí otras vivencias de su infancia en Fuentes. Vivencias "de cuando a los niños se nos veían las costillas sin necesidad de buscárnoslas". Sus vivencias y su ir y venir por esos mundos del demonio. Fontaniego trotamundos.