Hacia el final de la guerra civil española, familias enteras provenientes de todos los rincones de España, huérfanos de guerra, niños acogidos en hogares infantiles o soldados en retirada se agolpaban en Barcelona u otras ciudades catalanas esperando poder atravesar la frontera francesa para solicitar refugio en aquel país. Entre el 27 de enero y el 3 de febrero, tan sólo en una semana, cruzaron la frontera francesa medio millón de personas. Gentes a pie, en coches, camiones u otros medios de locomoción abarrotaron la carretera que desde Barcelona conducía a Port-Bou y La Junquera. Se permitió, por parte del gobierno francés, primero la entrada de civiles y más tarde de soldados.

Muchas de estas gentes fueron conducidas por los gendarmes franceses, como refugiados, a improvisados campos de concentración, antesala de los campos de concentración nazis, levantados en las playas de Argelès y Saint Cyprien, a los que llevaron principalmente a los hombres. La mayoría de las mujeres, niños, ancianos y heridos fueron distribuidos en 77 departamentos diseminados por la geografía francesa, excepto París. Las principales opciones que tuvieron los refugiados españoles para abandonar los campos de concentración fueron la repatriación a España (la mitad regresaron y se enfrentaron a las consecuencias impuestas por el régimen franquista) la emigración a otros países, principalmente Iberoamérica, y el encuadramiento, alistándose a la Legión Francesa (opción poco aceptada) o a las Compañías de Trabajadores Extranjeros o a los Batallones de Marcha.

Al entrar Francia en la II Guerra Mundial había en este país unos 140.000 españoles, 40.000 civiles y 100.000 antiguos combatientes republicanos, de los cuales alrededor de 10.000 lucharon contra el nazismo y el fascismo formando parte de las unidades del ejército francés, a los que hay que sumar unos 55.000 más que formaron parte de las Compañías de Trabajadores Extranjeros. Con la toma de París por parte del ejército alemán, Francia se divide en dos, gobernando en la parte sur el general Petain, jefe de Estado títere del régimen de Vichy, en la Francia ocupada por la Alemania nazi que mantuvo una política colaboracionista con los nazis. Producto de esa colaboración fueron las leyes contra los masones y los judíos, que produjeron la deportación de miles de ellos a los campos nazis austriacos.

También los españoles fueron víctimas de estas deportaciones. Así, se calcula que alrededor de 7.200 de ellos fueron conducidos al campo de concentración de Mauthausen, entre ellos el fontaniego Antonio Hidalgo Moreno, de los sobrevivieron unos 1.500 cuando los norteamericanos liberaron el campo, llamado de los españoles. Estos hechos son conocidos pues figuran en todos los tratados de la guerra civil española y de la II Guerra Mundial, pero para la mayoría de nosotros es desconocida la deportación ocurrida el 7 de septiembre de 1950 en el marco de la operación Bolero-Paprika de los antiguos resistentes antinazis, muchos de ellos activistas de la oposición en Francia al régimen franquista.

La operación Bolero-Paprika supuso una clara violación de los derechos humanos, cuya declaración universal fue proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París el 10 de diciembre de 1948. Esta operación, llamada irónicamente Bolero por los españoles que mayoritariamente formaban el grueso de los deportados y Paprika, pimiento o pimentón por los militantes del Este europeo, que hubo en ella. La justificación fue que el PCE y sus organizaciones se habrían convertido en la ‘quinta columna’ de una hipotética invasión soviética de Europa, tal y como habían denunciado, en medio de una psicosis colectiva, periódicos de tanto prestigio como Le Monde o France-Soir.

Al poco de acabar la guerra mundial se produjo una separación de los estados llamados democráticos y los estados bajo la órbita de la Unión Soviética, apareciendo dos bloques antagónicos que comenzaron una política de enfrentamientos, aunque no bélicos directamente, con la llamada Guerra Fría. En este contexto, los exiliados republicanos españoles van a estar en el punto de mira de los gobiernos democráticos, entre ellos Francia y el Reino Unido, que van a ejercer sobre ellos una fuerte persecución, sobre todo con los republicanos militantes de izquierda. Por ello en nuestra vecina del norte, e incluso en Bélgica, los militantes del PCE, del PSUC, del Partido Comunista de Euskadi y sus simpatizantes van a ser tildados de colaboradores y espías al servicio de los intereses soviéticos.

El plan diseñado por el Gobierno del socialista René Pleven produjo que fueran detenidas numerosas personas pertenecientes a los cuadros de las organizaciones comunistas en el exilio y sacadas de sus casas a la fuerza en la madrugada del 7 de septiembre de 1950, semidesnudos, maniatados y tratados como si de criminales de los bajos fondos se trataran, sin acceso a la comida, agua, privados de su documentación y trasladados sin explicación alguna a las fronteras de la Alemania oriental o encarcelados y posteriormente deportados a Argelia o Córcega.

De nuevo la Francia, cuna y defensora de las libertades individuales, creadora de ideas revolucionarias y, en definitiva, protectora de la conservación de las ideas de cada persona en particular, da una vez más la espalda al pueblo español, a parte de los hombres y mujeres que sufrieron el exilio en defensa de sus libertades frente a las ideas represoras y fascistas del régimen franquista. Por tercera vez, los españoles luchadores por la libertad vieron cómo se repetían los hechos históricos. Los países europeos que se denominaban demócratas volvían a la represión de los defensores de las libertades y los derechos individuales y olvidaban su defensa como lo hicieron años antes al dejar solos y sin defensa a los luchadores por la República española, o como olvidaban que cuando llegaron de España los condujeron a infames campos de concentración e incluso los mandaron a los campos nazis. Ahora la excusa era que estos hombres y mujeres que habían combatido por liberar a Francia de las garras del nazismo podían ser espías o colaboradores del régimen soviético.

Con esta operación de expulsión ilícita de los españoles, la España de Franco, como en la etapa de la Francia del régimen de Vichy, va a contar con la ayuda extranjera para debilitar la resistencia antifranquista en el exilio francés. En la operación Bolero-Paprika el principal colaborador con Franco fue el gobierno francés, aliado con otros países llamados democráticos, impregnados todos de fuertes ideas anticomunistas que condujeron a que se abriera sus embajadas en España y se reconociera el régimen de Franco en el mundo, incluso con el apadrinamiento de EEUU. La ONU, que lo había condenado por fascismo en 1946, lo apoyó el 4 de noviembre de 1950.