Transcurrían los años 60 del siglo pasado. Negros nubarrones se cernían sobre la población fontaniega, al cambiar su situación económica y social. Se va a experimentar un aumento demográfico considerable. Fuentes llega a contar entre unos 11.000 o 12.000 habitantes, que vivían en un casco urbano mucho más reducido que el actual. (El casco urbano lo delimitaba el ruedo que rodeaba el pueblo formado por las actuales calles Santa Catalina, Santa Cruz, Cervantes, Ronda, Santa Teresa, Pozo Santo, Explanada de la Estación, Nª Sª del Carmen y Campana). Ello obligaba, en muchísimas ocasiones, a vivir 2 o 3 familias en una sola vivienda de reducidas dimensiones. Eran muchos los casos en que en la misma casa vivían los padres y los hijos que se iban casando, llegando, a veces, a disponer de una habitación para cada familia.

La situación social va a sufrir un cambio profundo al iniciarse una profunda transformación en las estructuras agrarias. Muchos campesinos, arrendatarios de tierras, habían transmitido dicho régimen de padres a hijos y ahora en estos tiempos, en que la economía española va a iniciar un despegue importante, los dueños de la tierra reclaman sus posesiones para cultivarlas directamente y ellos se van a ver privados del terreno que cultivaban, pasando a engrosar las bolsas de braceros, que obtienen sus salarios con los trabajos que realizan de recolección en recolección.

La situación económica, aunque cambia, en un principio no es muy grave pues, a pesar de los salarios tan bajos que se reciben, los jornaleros tienen la posibilidad de obtener trabajo y disponer durante muchos días al año de la pecunia suficiente que les permita cubrir las necesidades básicas de sus familias. Pero, también se va iniciar un cambio en los medios de producción, apareciendo e implantándose en el campo la maquinaria agrícola y con ella la falta de trabajo para muchos asalariados, que van a comenzar a padecer penurias y a sufrir el peso de la emigración.

Hacia mediados de la década un grupo de dirigentes obreristas van a crear una cooperativa de consumo para facilitar que los obreros pudieran adquirir los elementos básicos de subsistencia a más bajos precios que en el mercado local. Esta cooperativa fue organizada por Sebastián Martín, “el Catalino” y varios amigos entre los que se encontraban Rafael Gutiérrez Cordón, José Morón, Paco Bejarano, José Caro, Rafael Narváez, Francisco Campos, Manuel Carmona Personat y Cristóbal Martín Caro.

Para su organización y adquisición de la condición de socio se puso una cuota de un céntimo de peseta al mes a cada persona que quisiera pertenecer a ella y beneficiarse de sus ventajas y precios más bajos de los artículos que se consumían. La sede de la cooperativa se situó en una vivienda de alquiler en la calle General Armero.

Los empleados eran Santiago Álvarez como encargado y dos dependientas. Como presidente fue elegido Eugenio Villalobos. Los comienzos de la cooperativa fueron muy buenos y alcanzaron altos resultados no sólo en el número de asociados, sino también en las ventas, hasta tal punto de que Diego Millán, que poseía una tienda de comestibles, se quejó a los organizadores de ella de los bajos precios que ponían. La respuesta desde los órganos de dirección fue que pusiera iguales precios que la cooperativa y así no tendría problemas con las ventas.

En un  principio esta cooperativa sólo traía alimentos, pero ante los buenos resultados se empezó a traer calzado, ropa y bebidas. Para poder seguir ampliando la cooperativa se necesitaba un préstamo. Por ello se dirigieron a la Caja Rural y hablaron con Rafael Caballero Herce - Rafael Cámara- por entonces director de la misma, que les dio el visto bueno pero exigiéndoles algunos fiadores. Se acordó poner 9 fiadores, entre los que estaban Rafael Gutiérrez, Paco Bejarano, José Caro “Michiclorio”, Rafael Narváez y Francisco Campos.

La vida de esta cooperativa fue efímera debido a dos razones principales: la primera porque algunos de los socios dejaron de pagar la cuota mensual al entrar en la cooperativa algunos trabajadores que no eran jornaleros del campo (por aquel tiempo, entre los jornaleros, sólo se consideraba trabajo aquel que se realizaba con el esfuerzo corporal). La segunda causa fue el fracaso total de la caseta que la cooperativa puso en la feria de 1966.

Efectivamente, en la feria de 1966 se monta una caseta, en la que se utilizan los fondos económicos de la cooperativa de consumo para los gastos del montaje, (tubos, hierros, lonas, sillas, mesas, utensilios de cocina, vasos, platos, etc.) mientras que los militantes del PCE local aportarían su trabajo. El fin era obtener dinero para mantener la organización política clandestina. El resultado económico de dicha caseta fue desastroso, no llegando incluso a cubrir los gastos originados, debido a la mala organización y control de ella. Como se había prometido un viaje a la playa, para atraer a los militantes colaboradores, se tuvo que realizar una colecta entre ellos para sufragar los gastos que originó el mismo.

Al haber comprometido sus fondos, la cooperativa, que no pudo recobrarlos, comenzó a entrar en una espiral de fracasos debido a las deudas contraídas y a que los socios fueron abandonándola cual barca a la deriva, hasta llegar a su desaparición. En definitiva, al desaparecer la cooperativa de consumo, los grandes perjudicados fueron los 9 fiadores que habían avalado con su firma y bienes el préstamo de la Caja Rural y que debieron pagar entre ellos el resto del préstamo que se adeudaba.

Esta experiencia, negativa en los resultados económicos, sirvió de acicate para en el año 1967 montar otra caseta, a la que Sebastián Martín, dirigente carismático del partido local, la bautizó con el nombre de "La Coreana", al ver un partido de futbol en el que la selección nacional de Corea, sin mucho orden organizativo, ponía un gran esfuerzo en conseguir la victoria. Quizás vieron en esta selección el propio retrato del su organización política.