El otro día se cumplieron veinticinco años de la muerte de Lady Di. La mayoría de los medios han hecho lo que suelen hacer cada vez con más frecuencia, ante la ausencia de rigor informativo: simplificar la realidad hasta llegar a los lugares más comunes, maniqueos, tópicos y por encima de todo, imprecisos. La precisión en el periodismo debería ser obligatoria, pero... No me imagino a los ingenieros de la NASA poniendo gasolina sin plomo a un cohete, a un cirujano haciendo un corte con un cuchillo de untar mantequilla o a un albañil enfoscando con engrudo. Sin embargo, en estos tiempos de periodismo circense que nos ha tocado vivir, vale todo ¿Qué más da el atún que el betún si todo viene en lata?

En una tele pública, una presentadora del informativo de las tres despacha la muerte de Diana Spencer con que: “murió por culpa de los fotógrafos”. Supongo que los BBC, (los que trabajan en bodas, bautizos y comuniones) quedan excluidos. Aleluya, dijo esto y no se le cuarteó el maquillaje, no se le cayó  la cara de vergüenza. Estos días no he oído ni una palabra, en ningún sitio, sobre Henri Paul, el chófer que conducía un coche de alta gama, borracho, empastillado y drogado hasta las cejas, conduciendo a 200 km por hora en un túnel del centro de Paris y que se estrelló contra una columna de hormigón. Paul ha desaparecido de la historia. Los culpables son los fotógrafos, cómo no. Por si alguien no se ha enterado aún, los paparazzi (no hay que confundirlos nunca con fotoperiodistas) no mataron a la princesa. Por supuesto, no trato de justificar el acoso mediático de nadie por famoso que sea. No se puede perseguir a nadie de esa manera, no puede valer todo en la prensa del corazón y otras vísceras.

Me temo que para la sociedad en general, los fotógrafos de prensa, gracias a la opinión creada por la misma prensa, somos los culpables de la muerte de Lady Di. Tampoco me sorprende mucho, la verdad. Incluso para muchos compañeros periodistas, los fotoperiodistas siempre hemos sido “aprietabotones”, una especie de técnicos semianalfabetos, incapaces de enterarnos de nada. Tal vez por eso la precariedad laboral se ha cebado con nosotros aún más que con los compañeros redactores. Muchas miradas clasistas por encima del hombro, siempre venidas de enanos mentales, hemos tenido que aguantar.

Una vez, en el juicio contra el duque de Feria por haber abusado de una niña, un imbécil con bolígrafo, que luego se haría asesor político, dijo que ya estaban allí “los fotógrafos sedientos de sangre”. Sangre y morbo, como si no se pudiese hacer sangre escribiendo. Como si las imágenes fueran las responsables de todos los males de la sociedad. Por supuesto, también hay muchísimos redactores que nos respetan, la inmensa mayoría.

La fotografía de prensa, hoy casi extinta, salvo en la prensa local en papel (a saber cuánto dura esto) es una sombra de lo que fue. Ahora se lleva mucho más eso del periodismo ciudadano y por arte de magia todo el mundo ha aprendido a hacer fotos “muy bonitas, preciosas”. Teniendo móvil tenemos fotógrafo. A mí, como a mis compañeros/as nos ha costado la misma vida aprender a detener el tiempo para siempre y mostrar el mundo con su belleza, su aburrimiento y su horror. La forma gráfica del periodismo es tan necesaria como todas las demás.

Somos silenciosos los fotógrafos, lo nuestro es mirar y ver más allá de lo que parece. Decía el gran Robert Capa que si la foto no es buena es porque no te has acercado lo suficiente. Así que a la vanguardia del periodismo siempre va la infantería gráfica, esa a la que no le vale que le cuenten las cosas, esa que tiene que verlas muy de cerca para contarlas. No hay segundas oportunidades. O se acierta o se fracasa. Hay muy pocos oficios en los que la incertidumbre se imponga tanto. No hay colectivos profesionales que tengan que disputarse una loseta para poder hacer un buen trabajo. Fotografiar es condensar la realidad en un rectángulo. Hay que tener mucha capacidad de síntesis, hay que dominar la actualidad, el lenguaje de la imagen y la geometría, e improvisar como modo de vida. Hay que esperar, esperar, esperar, para jugárselo todo en un clic. Escoger el momento decisivo que nunca volverá a ocurrir. Es un continuo sinvivir, un estar de los nervios siempre, tanto que no es posible dedicarse a esto sin tener una vocación de acero inoxidable.

Hay un ejercicio que demuestra la baja calidad del periodismo actual. Si pueden, busquen un periódico de hace veinticinco años y verán cómo las buenas imágenes se combinan con los buenos textos para explicar la realidad del momento. Había entonces mucha más precisión que en la mayoría de las crónicas de hoy, a menudo llenas de lugares comunes, tics, muletillas, coletillas, frases hechas y titulares copiados de títulos de películas. Había buenos redactores entonces, mucho mejores que los de hoy, pero sobre todo había muy buenas fotos porque había grandes fotoperiodistas, esos que ahora están prejubilados, despedidos, desaparecidos, amortizados todos, para ser sustituidos por la nada.

El mundo es mucho peor ahora que da igual todo, ahora que la calidad periodística ha muerto, ahora que los periodistas atrincherados se confunden con publicistas y los publicistas hacen entrevistas. Yo soy fotoperiodista, un orgulloso mirón de la actualidad. Observo para contar, para criticar, para denunciar, para exigir, para admirar. Pero ya no tengo sitio donde mostrar lo que veo. El espacio público ahora es de tiktokers y youtubers, el mundo es de los indocumentados. Ojalá la simpleza frívola pase de moda. Igual en el futuro hay que inventar de nuevo el periodismo, el gráfico también.

P.D.
Dedicado a todas y todos los que el mundo fueron, son, o serán fotoperiodistas, a nuestros hermanos de ojo, los camarógrafos y a todos los redactores que nos han apoyado siempre.