Estamos preocupadas por la deriva que está llevando hacía posturas de extrema derecha a los hombres más jóvenes. Ven al feminismo como un enemigo que pone en peligro sus privilegios, aunque ellos no los sientan como tales, sino como un derecho natural porque así se lo hemos enseñado. Nos preocupa cómo la manosfera, los influencers, van moldeando el pensamiento de nuestros jóvenes, mostrándoles una realidad falsa, sesgada, exaltando una época, la dictadura de Franco, como una época de bonanza, de paz social y logros laborales.
Con Franco no hubo bonanza económica, sino oleadas de emigración. Ni paz social, sino cárceles y destierros para los discrepantes. Ni logros laborales, sino décadas de sueldos de hambre y humillaciones en los tajos. Hubo silencio por miedo. La manosfera obvia, claro está, la censura, la falta de derechos y libertades, los presos de opinión, la persecución de los homosexuales, el velo que cubría los casos de corrupción -había mucha corrupción, pero nadie se atrevía a hablar de eso- el sometimiento de la mujer al hombre, la autoridad impuesta por la fuerza.
Lo anterior me ha llevado a intentar entender qué está pasando, dónde nos equivocamos padres, madres y educadores. En qué momento nos dejamos ganar por el liberalismo y nos creímos que era positivo dejar a nuestras hijas e hijos en manos de las redes y la tecnología sin criterio. Ya hemos hablado en este medio muchas veces sobre este problema. Hoy quiero hacerlo desde otra perspectiva porque, como decía Serrat en su canción, “De vez en cuando la vida nos da un beso en la boca y colores se despliegan como un atlas”.
La semana pasada acudí a la representación de dos obras de teatro: En la ardiente oscuridad, de Buero Vallejo, representada por el alumnado de 4º de la ESO y dirigida por Concha Caro. Sorprendente trabajo de todas y todos los alumnos y alumnas que intervinieron en una obra tan compleja, especialmente para las edades que tienen. Buen trabajo de Concha, ayudada como siempre por Helena Rial. La segunda obra tiene el título de Voces sin hogar, cuyos autores son Manolo Barco y Doae Faouzi Er Rabhi, alumno y alumna respectivamente de 1º Bachillerato. En el escenario van pasando escenas de una clase de instituto a donde llegan dos refugiadas. La clase se divide en dos grupos, uno sensible a la problemática de los refugiados, son empáticos y dispuestos a acoger a las dos nuevas alumnas, el otro va desgranando frases que oímos demasiado rebosantes de argumentos falsos, sin fundamentos a los que hemos dado pábulo sin plantearnos lo que hay de verdad en ellas. El final de la obra es esperanzador.
Hasta aquí podría tratarse de una obra escrita por adolescentes con buena voluntad, pero cuando se desbordó mi emoción y sorpresa fue cuando los dos autores del texto, Manuel y Doae subieron al escenario para hablar. Ellos sabían, demostrando su madurez, que el final de la obra es suave, no todos los finales en la vida real terminan como en el texto. Saben de la tragedia de los refugiados, de los emigrantes. ¡Con qué fuerza hablaron del genocidio de Gaza! Voces así nos hacen falta. Me sentí cobarde por no saltar de mi asiento y unirme a ellos. Adolescentes como los que tenía delante, esos mismos que nos pedirán cuentas, ya lo están haciendo, por nuestra inacción ante lo que está ocurriendo en Gaza, en un continente, África, colonizado primero y abandonado a su suerte después.
Quiero dar mi voz, aunque sea a través de este periódico, a las personas que forman la Marcha Mundial hacia Rafah, mujeres y hombres valientes que están siendo maltratados por las autoridades egipcias. No es el tiempo de las palabras, me dicen las voces desesperadas de Gaza.
Permitidme, por último, invitaros a la representación de las obras que este curso se han montado en el instituto Alarifes Ruiz Florindo. Os aseguro que no vais a quedar indiferentes: El 23 de junio, a las 9 de la noche, la obra Aislados, dirigida con Helena Rial y En la ardiente oscuridad, dirigida por Concha Caro. El día 25, a las 9,30, Voces sin hogar, de Emanuel Barco y Doae Faouzi.