Los  niños de los años setenta fuimos la primera generación que creció al calor de la luz azul de los rayos catódicos televisivos. En la programación infantil triunfaban las marionetas de Jim Henson en “El Show de los Teleñecos”. Eso ocurrió antes de “Barrio Sésamo” y de que a Enma Cohen se le pusiera piel de “Gallina Caponata”. Triunfaba una especie de profesor de lo fácil, un personaje de peluche llamado Coco. Era todo un experto en explicar a niños pequeños conceptos como arriba o abajo, cerca o lejos, mucho o poco…  Muchos de aquellos niños y niñas de entonces detentan hoy el poder político y económico, ya sea por méritos propios, por usurpación, por rapiña o por herencia.

Sin embargo, han olvidado los conceptos que explicaba Coco de manera sencilla. Muchos no recuerdan el significado de las palabras importantes. A base de usarlas mal, de manosearlas, ya no expresan lo que en realidad significan. Por eso la gente normal se confunde, también muchos medios de comunicación que nunca consultan el diccionario de la R.A.E. y contribuyen activamente a este despiste semántico. A más de uno le vendría bien repasar las explicaciones de Coco para diferenciar estar arriba de estar abajo, ser rico de ser pobre, estar cerca o lejos, amenazar de estar amenazado. En los argumentarios que cada mañana se distribuyen entre los políticos, para que se puedan enfrentar a los medios de comunicación sin meter la pata hasta el corvejón, se repiten las palabras nosotros y ellos. Debemos ser muy diferentes nosotros de ellos, aunque no me queda nada claro si yo pertenezco a alguno de estos dos grupos. También cabe la posibilidad de que sea un miembro activo de los otros o de los unos.

Algunas señorías, padres y madres de la patria, repiten como una letanía “los españoles están hartos de esto o de aquello”. Es normal que hablen por nosotros, al fin y al cabo son nuestros representantes. Pero, ¿cómo saben lo que queremos y por qué suponen que todos queremos lo mismo? A mí me preguntan cada cuatro años y solo puedo elegir entre paquetes cerrados. Si me gusta fulanita, tendré que apechugar con el torpe de su compañero de formación. Lo de votar en listas abiertas ni siquiera se contempla. En los aparatosos aparatos de los partidos en los que triunfan, no, los más capaces, preparados, honrados y trabajadores, sino los nada escrupulosos, se decide quién sale en la foto. Aun así, hay que mirar hacia atrás, nunca se sabe de dónde puede venir el navajazo.

Muchos de ellos dicen ser nosotros, hablar por nosotros, actuar defendiendo nuestros intereses, pero la mitad de las veces lo que defienden es lo suyo y no lo nuestro. Sus intereses de partido, los beneficios de quienes los financian, para más tarde, cuando abandonen la política, dedicarse a cobrar una lana a cambio de nada. Hace unos días, a un senador gallego se le escapó lo de “gente de bien”. Por supuesto que no sé a qué gente se refiere, pero sospecho que yo pertenezco a la “gente de mal” ¿Quiénes somos la gente de mal? ¿Somos más o menos que los de bien? ¿Se puede elegir ser de bien o de mal? Y lo más importante, ¿Quiénes somos nosotros y quiénes son ellos?

A algunos, de tanto mirar al sol de España con la cabeza alta, se les ha descascarillado el barniz que protege su piel cerúlea. En consecuencia, sale lo que hay debajo, lo que aprendieron en la enciclopedia Álvarez y el Catón. Sale a la luz el auténtico material del que están hechos. Así, vuelve a la vida, saliendo del vertedero de la historia, tan apolillada como siempre, la idea de “buenos y malos españoles”.

Los buenos eran ellos, los dueños del país por la gracia de Dios, los caciques de pueblo jugándose lo nuestro en su casino. Gente de “orden”, militares cuarteleros, curas zampabollos, machistas con la “mujer en casa con la pata quebrá” y “en las Ramblas a una que es de asunto”. Los buenos españoles, la gente de bien, los del orden, eran una mezcla entre Torrente y Martínez el Facha. Ojalá solo fuesen una parodia de Santiago Segura o Kim, al contrario, como los gases, tienden a ocupar el mayor espacio posible.

No hay gente de bien o de mal, ni buenos y malos españoles, ni los intereses de los ciudadanos son los mismos, en muchos casos son opuestos. No se puede ir con todos, ni dividir a los unos y a los otros, ni ser tan simplista como Coco, que aunque era de peluche y azul, al menos tenía las cosas claras.