Definitivamente, hay gente que o no vive en este planeta o no vive en este tiempo. Tal vez por eso conviene recordar lo obvio. Estamos en el planeta Tierra y en el siglo XXI. ¿Por qué digo esto? Por las recientes declaraciones de dos de los prohombres que pilotaron los destinos de España nada menos que durante 14 años, entre 1982 y 1996. En ese tiempo, Felipe González y Alfonso Guerra transformaron la realidad de España, pero después parece que España les ha transformado a ellos hasta el punto de haberles hecho perder la noción de la realidad. Es curioso que haya sido a los dos a la vez y en el mismo sentido.

Me explico. Sólo si se ha perdido la noción de la realidad y del tiempo en el que estamos puede afirmarse que en España no hay libertad de expresión porque ya no se pueden hacer chistes de enanos y homosexuales. Lo ha dicho Alfonso Guerra en una de esas televisiones que dedican horas y horas de programación a esparcir basura. Dice Guerra que ya no puede hacer ese tipo de chistes porque lo crucificarían. Es decir, lo que reclama no es libertad para hacer chistes de enanos y gays, sino impunidad para hacerlos. Escarnio se le llama en castellano a la burla cuya consecuencia, premeditada o no, es la humillación o el desprecio de alguien, en este caso por ser física o sexualmente diferente a la norma imperante. Las normas varían, señor Guerra.

Alfonso Guerra puede ejercer su derecho a la libertad de expresión, faltaría más, riéndose a costa de ridiculizar enanos o gays, pero los aludidos -y los que no lo somos- también pueden ejercer su libertad de expresión para defenderse si se sienten agredidos. ¿O no? El ex vicepresidente del Gobierno debe saber que en España no ha cambiado la libertad de expresión, sino la sensibilidad de la sociedad hacia las personas que no encajan en su anacrónica percepción de la "normalidad". Lo que ha cambiado es que las minorías ya no agachan la cabeza, callan y sufren. Las minorías levantan la cabeza, responden y también critican. El sufrimiento que antes provocaban impunemente los chistes de mal gusto no los tolera esta sociedad. Ríase, señor Guerra, pero asuma que no lo podrá hacer impunemente. Planeta Tierra, siglo XXI.

Si habrá libertad de expresión, que Alfonso Guerra y Felipe González arremeten día sí y día también contra los dirigentes de su propio partido, el PSOE, para rechazar el pacto de investidura que ha dejado en la cuneta a la derecha. Dice Felipe González que no se puede tolerar que se ponga patas arriba el estado de derecho a cambio de los siete votos del Carles Puigdemont. Para empezar, los siete votos de Junts representan a una parte del electorado catalán y son tan legítimos como todos los demás. A qué viene ese desprecio político por todo lo que proceda de Cataluña. ¿Son los votos recibidos por Junts menos legítimos que los de Coalición Canaria? ¿Que los del PNV? ¿Que los de la UPN?

En segundo lugar, nadie va a poner patas arriba el estado de derecho por amnistiar a un puñado de insensatos que hace seis años soñaron con la independencia de Cataluña y se dieron de bruces con la realidad de que España -y Europa- no la acepta. Con violencia en las calles, sí, pero sin daños humanos irreparables. Amnistiar se ha amnistiado en España toda la vida, sin que eso haya hecho temblar los cimientos de la ley. Lo que hace temblar los cimientos de la ley es que los jueces hagan política con las togas puestas. Si quieren hacer política, que cuelguen las togas y se presenten a las elecciones. Todos sabemos de qué extracción social procede la casta de la judicatura en España.

Da la impresión de que González y Guerra quedaron atrapados en las telarañas de los rincones de la Moncloa e ignoran que las mayorías absolutas murieron hace tiempo. Que ahora la política no se hace, como antes, arrasando en las urnas, sino pactando con las minorías, tan legítimas como las mayorías. Tal vez ignoren también que aquella derecha de Manuel Fraga, José María Aznar o Mariano Rajoy, que en sus orígenes se definía como de "centro reformista", se ha hecho ultramontana -se ha echado al monte- de la mano de los herederos de aquel Blas Piñar y sus Guerrilleros de Cristo Rey de entonces. Es decir, que no es cuestión de siete votos más o menos, sino de parar un retroceso histórico en derechos laborales y sociales y en cultura. Planeta Tierra, siglo XXI.