La pregunta más extendida en este momento en todo el planeta es ¿por qué aún no estamos vacunados? Y la respuesta es muy simple: porque los laboratorios se niegan a soltar el control de las patentes sobre las vacunas, ni siquiera de manera provisional mientras dure la pandemia. Por eso, podemos decir que la codicia de las grandes farmacéuticas perjudica seriamente a la salud. La codicia de la industria y la ineptitud de los gobiernos occidentales, incapaces de anteponer el interés común a los beneficios de la industria. El debate lleva meses sobre la mesa y sólo una de las farmacéuticas, Moderna, ha tomado la iniciativa de renunciar al privilegio que supone el control de la fabricación. Los otros laboratorios y los gobiernos norteamericano y europeos se niegan. La salud está por encima de todo. De todo, menos de la codicia de la industria farmacéutica.

La guerra de las patentes farmacéuticas es tan vieja como la propia industria de la salud y consiste en que los laboratorios defienden sus intereses a la hora de eludir la competencia argumentando que hacen ingentes inversiones en investigación, inversión que deben recuperar mediante la venta de sus medicamentos. Por eso, los gobiernos les dejan que impongan el precio e impidan a otros laboratorios la fabricación más barata mediante el sistema de control de patentes. Hasta ahí podemos estar o no de acuerdo, sobre todo porque se producen abusos en los precios, pero es lo que hay. Es lo que hay en los precios y en la fabricación de determinados medicamentos para enfermedades raras, que no se producen por la simple razón de que no son rentables debido a la pequeñez de su mercado.

Ese viejo problema, que con más o menos intensidad afecta desde hace décadas a millones de enfermos, se convierte en tragedia en estos momentos de pandemia. La lentitud se debe a que la UE ha depositado gran parte de sus expectativas de vacunación principalmente en AstraZeneca. Tanto, que en este momento la estrategia de los principales países europeos es prisionera de esta multinacional del medicamento. Esa es una de las causas de que no se haya descartado su utilización, pese a los problemas de posibles reacciones adversas detectados. No se sabe bien el daño que puede hacer la vacuna, aunque sea a un número reducido de personas, pero se sabe muy bien el daño que su escasez está haciendo a un número enorme de personas. Europa está sopesando diversificar sus proveedores, pero eso no se hace de la noche a la mañana ni hay muchas alternativas, como no sea virar hacia las vacunas de Rusia o China y eso, ya se sabe, conllevaría graves consecuencia geopolíticas que nadie se atreve a asumir.

Mientras tanto, la salud está a la deriva. Porque la codicia es la principal pauta que rige en la industria de la salud. Codicia que hace, por ejemplo, que AstraZeneca haya sido denunciada por traficar con vacunas de manera desleal con la UE. En unos frigoríficos de esta empresa farmacéutica en Italia fueron hallados 29 millones de dosis listas para la exportación, de lo que no tenía conocimiento la Unión Europea. Esa subasta de vacunas al mejor postor explica, por ejemplo, que a Israel le sobren dosis y que Inglaterra tenga ya inmunizada al 52% de su población y que Estados Unidos, con el 46% de la población inmunizada, vaya muy por delante de Europa, mientras muchos de los países pobres ni siquiera han empezado a vacunar. España está en poco más de un 6% de vacunación.

¿Es razonable esto? No. ¿Es evitable? Sí. Bastaría con que los gobiernos europeos, o la comisión europea, se plantasen ante las farmacéuticas y les impusieran una suspensión temporal de la política de patentes y transfirieran la responsabilidad de producir millones de dosis a otros laboratorios que pueden y están deseando hacerlo. Una vez superada la pandemia, tiempo habría para devolverles a las grandes los privilegios. De lo contrario, a partir de ahora habría que imprimir en los envases de los medicamentos, como en su momento se impuso a las tabaqueras, el lema "La codicia perjudica seriamente a la salud".