Este relato didáctico, real y verídico como la vida misma, se lo dedico a mi nieta Alba, con la intención de transferirle algunas de las enseñanzas de mi abuelo José (conocido en Fuentes de Andalucía como “José el Guarda”), del que guardo sus lecciones peripatéticas (“que pasea”, paseando enseñaba Aristóteles), como el tesoro más preciado de mi vida. Ayer, cuando caminábamos Alba y yo por la calle Fernando Tirado, a la altura del número 5, observé que las gotas de agua procedentes de un compresor de aire acondicionado habían perforado una losa de la acera y tenía un charco de agua. Me paré un instante a observar la frecuencia del goteo y la exactitud del impacto.

Alba, extrañada por mi silencio y por la interrupción de la conversación que llevábamos, me preguntó:

- ¿Abuelo, te pasa algo? Sin separar la vista del suelo le contesté con una pregunta; “¿Alba, quien crees tú que es más fuerte, una piedra o una gota de agua? Lógicamente, con sus nueve años, me contestó ¡”la piedra”! Fíjate en ese agujero de la losa, le dije, ¿quién lo ha hecho?

- Una vez, cuando yo tenía tu misma edad, en el campo de mi abuelo, observé que desde el borde del tejado y, procedente de un depósito de agua, caía constantemente una gota de agua sobre una enorme piedra que servía de baldosa en el suelo. La gota impactaba milimétricamente siempre en el mismo sitio. En su violento choque gritaba “¡Clic, clic, clic, !”, incesantemente. Al estrellarse, se reventaba y se esparcía en cientos de gotitas en rededor. A pesar de su fracaso y de su tragedia, la gota volvía a caer puntualmente con la misma frecuencia y en el mismo lugar.

- ¡Abuelo, abuelo, ven! El agua y la piedra se están peleando. El agua grita, ¡”CLIC, CLIC, CLIC”!, y la piedra le ignora; continúa impasiblemente
dormida!

- ¿Y quién crees tú que vencerá?, me preguntó.

- Le contesté lo mismo que tú, “¡la piedra!”, que seguirá disfrutando
de su sueño eterno.

Me dijo "eso es lo que la pierde, su vanidad y su excesiva confianza en su pétrea fortaleza. El agua no tiene esa fortaleza, es muy delicada, pero tiene la virtud de la CONSTANCIA, que supera a la fortaleza de la piedra más dura que haya en la tierra, y todo lo consigue. Cuando pase un tiempo, podrás comprobar con tus propios ojos el triunfo de la gota de agua sobre la perezosa y vanidosa piedra. Fui creciendo y los estudios me alejaron un poco del disfrute de la naturaleza, y de las enseñanzas “peripatéticas” de mi abuelo, como fabricar un goniómetro para medir los ángulos en las medidas de alturas y superficies de terrenos (mi abuelo era Agrimensor), a partir de una lata grande de leche condensada o de tomate en conserva, con una cerda de la crin o cola de un caballo.

A fabricar lámparas de barro, como las de los romanos, que abundaban enterradas en los cercanos cerros de San Pedro, o con latas pequeñas de conservas, a las que poníamos unas mechas de algodón y las llenábamos de aceite. Afilar y trabar los dientes de la sierra de carpintero. Recargar los cartuchos del 12, con el misto, la pólvora, el taco y los plomos, para las escopetas de caza. A cocer las piedras para fabricar la cal viva. A edificar muros a partir de un baldo con estacas de madera, de más de dos metros, clavadas en el suelo a una distancia aproximada de 50 cm., entrelazadas con varetas secas de las sobaqueras de podar los olivos, que servían de soporte, como la ferralla actual, recubriéndola de una masa de albero, arena, cal y paja, con gruesas piedras incrustadas (no teníamos cemento), y cuando se secaba y consolidaba, se le daba varias manos de cal para impermeabilizarla y que sirviera como reflectante del sol, para mitigar las altas temperaturas. Era un auténtico muro.

A castrar colmenas. A castrar pollos y cerdos. A ordeñar vacas y cabras a mano, que se hace de diferente manera a cada especie. A herrar y marcar caballerías. A curar hojas de palmitos y de eneas para confeccionar con ellas enseres, aparejos, serones o asientos de sillas. A cazar codornices con una red y un pito con fuelle, que Él mismo y mi padre confeccionaban con el hueso de la pata de una grulla. A matar las sanguijuelas que asfixiaban al ganado con el caldo de hervir un paquete de tabaco. Era algo milagroso; lo mismo era meterle el caldo con una botella por la nariz al animal (vaca, caballo, mulo, cabra, oveja, cerdo, o lo que fuera), que en el inmediato estornudo, junto al milagroso mejunje, salían disparadas todas las sanguijuelas reventadas “ipso facto”.

Las sanguijuelas que habían superado el paso de las vías respiratorias superiores y estaban más profundas, se eliminaban de forma un poco más lenta y contundente, era necesario esperar unas horas hasta que hicieran efecto los vapores insecticidas, purgantes y cicatrizantes de la piel de las varas del torvisco (muy parecido al lentisco), es muy fácil sacar largas tiras de piel vegetal muy flexible, con las que trenzábamos un collar que se le ataba con varias vueltas al cuello. En los dos procesos el éxito estaba garantizado al 100%, y el animal se reponían en varios días del peso perdido por no poder comer.

Podría continuar describiendo cómo combatir la enfermedad del “pezuño” (fiebre aftosa o Glosopeda), con úlceras en la boca, nariz y pezuñas; las mastitis; los hongos en los cascos (onicomicosis, hormiguillo), por debilidad o mala alimentación, etc., pero no quiero problemas en los juzgados por intromisión, o competencia desleal o económica, contra la poderosa industria de los laboratorios, farmacias o veterinarios. Al grano, que hablando de mi abuelo se me va la olla. Cuando al cabo de los años volvía al campo en las vacaciones, siempre comentábamos, mi abuelo y yo, delante del evidente triunfo de la gota de agua con su constacia, el hoyo que había conseguido horadar en la piedra, en crecimiento constante, y con el charco de agua que delataba y pregonaba el triunfo de la constancia.

- Moraleja: El triunfo está en la constancia.
Para otro momento dejaré el relato de la explicación que me dio mi abuelo cuando le pregunté si el mar era como aquel charco de agua, pero muchísimo más grande (ni mi abuelo ni yo habíamos visto el mar entonces), y por qué no se derramaba (los dos ignorantes marinos expusimos nuestras teorías, y discutimos, sobre la contención terrestre y la fuerza de la gravedad).