En Andalucía y sobre todo en Sevilla, durante el siglo XV, se asiste a la consolidación de un importante grupo de hidalgos que se va a ocupar del dominio y regimiento de la ciudad. Este importante grupo va a basar su poder en la propiedad de grandes posesiones agrícolas, extendidas a lo largo y ancho del reino sevillano. Al hablar de los hidalgos inmediatamente nos encontramos con el término linaje para diferenciar las diversas familias hidalgas. El linaje se ha estudiado desde dos acepciones. Por un lado está el sentido estricto que declara el linaje al definir la nobleza de linaje del padre y abuelo, es decir, tres generaciones bastaban para establecer un linaje determinado.

Así, los alcaldes de los hijosdalgos de las reales chancillería conservaron la palabra linaje hasta las dos primeras décadas del XVI en el sentido estricto de familia de tres generaciones. Por otro, en el sentido más amplio, se considera el linaje como el conjunto de descendientes de un mismo antepasado, lo que hace que se pueda considerar como un vínculo de sangre entre generaciones, creando una comunidad de afectos e intereses en la defensa del patrimonio, formado no sólo por los bienes materiales, sino también por los valores familiares y bienes espirituales.

Para distinguirse de otros linajes y mantener la unidad familiar era preciso poseer elementos claramente diferenciadores y que sirviesen de representación frente al resto de la sociedad. El linaje se proveerá de símbolos -apellido, armas, solar y títulos- y de acciones, instituciones y actos de gobierno -primogenitura, mayorazgo, desheredamiento- que sirvan para mantener la unidad, incluso con el sacrificio de todos los miembros del clan.

El apellido constituía el verdadero símbolo familiar. Lo normal era que cada individuo de la aristocracia tuviera un nombre de pila y un apellido, que podía ser patronímico sólo (González, Pérez); un renombre o cognomen (Medina, Casas); un patronímico seguido del renombre (Gómez de Puebla), o dos renombres seguidos (Medina Barba). El nombre de pila era la primera identificación del linaje, aunque sin tanta importancia como la del apellido. Cada familia solía escoger uno o varios nombres, frecuentemente el que llevó el fundador del linaje.

Así, la familia Fuentes tuvo cuatro nombres de uso más frecuente: Francisco, el del fundador del linaje, que se repite en todas las líneas familiares; Pedro, que se empieza a utilizar muy a menudo desde mediados del siglo XV; Martín es usado por los beneficiarios de los mayorazgos que fundó el primero de los así llamados, y Gómez que pertenece exclusivamente a los descendientes de los señores de Fuentes.

El patronímico es la forma más antigua y se trata de un nombre propio seguido de la partícula "ez", que designa filiación. La desvirtuación de patronímico se produce con la irrupción en la clase nobiliaria y en la aristocracia urbana de los caballeros, sobre todo a partir del triunfo de los Trastámaras, que favorecieron la adopción del cognomen o renombre, en muchos casos como apellido único y sustituyendo al suyo propio. Los Fuentes, que habían sido rigurosos en el uso del patronímico Fernández a lo largo del siglo XIV, lo desechan desde el comienzo del XV, abandonando el uso de patronímico Fernández por el cognomen Fuentes.

Otro de los elementos identificativos del linaje lo constituía el blasón o escudo de armas, como factor de cohesión y orgullo familiar. La generalización en los estratos medios y bajos de la nobleza fue producto de la imitación permanente de los caballeros en cuanto de la práctica o patrimonio de la alta nobleza. La heráldica, originalmente reservada a la aristocracia en sus más altos grados, se extendió por toda la nobleza abarcando un amplio campo en el que se incluían los caballeros, e incluso alcanzó a los escuderos y otros hombres de armas o a los patricios urbanos.

Cuando Alfonso Fernández de Fuentes e Isabel de las Casas fundan un mayorazgo, el 19 de junio de 1378, establecen la condición para su poseedor de usar el apellido Fuentes y llevar en sus armas las flores de lis. Esto obedecía a que el linaje de la esposa, con cuya dote se compró el solar de Fuentes, base del mayorazgo, era de origen francés y, por tanto, lo que se pretendía era que el recuerdo de esa señora permaneciese vigente. Aunque los fundadores se creyeron obligados a imponer esta cláusula, no especificaron como debían integrarse las flores de lis en las armas del linaje paterno y ni siquiera mencionan esta.

Una de las condiciones sine qua non del hidalgo es la de poseer un solar conocido. Conocer el solar de un noble significa poderle localizar, decir dónde es reconocido como noble y, si es posible, materializarle en una casa o castillo, porque él no sabrá tener nobleza sin el consenso popular ya que la notoriedad de un linaje se mide por el área geográfica en la que su solar es conocido. Los señores de Fuentes establecieron su mayorazgo con el castillo de Fuentes y las casas que fueron de Francisco Fernández, en la collación de San Marcos de Sevilla, en cabeza de su hijo Francisco Fernández con las condiciones usuales, prohibiendo su enajenación, más las de llevar las flores de lis en las armas y ser llamados de Fuentes.

Para mantener la autoridad del jefe de la casa era preciso que se produjera su superioridad económica. Para conseguirlo se practicó, en Castilla, a lo largo de la Alta Edad Media, el derecho a la legítima, consistente en dejar en herencia al primogénito las 4/5 partes del total del capital paterno. Esta práctica culminó, al generalizarse en los siglos XIV y XV, con la institución del mayorazgo, en el que los bienes a él vinculados eran inalienables y las normas de sucesión diseñadas por el fundador del mismo debían ser rigurosamente cumplidas, con lo que el mayorazgo se convirtió en un sistema extremadamente eficaz en la protección del patrimonio y del poder de la nobleza, perpetuando así a los linajes. Este sistema de herencia fue regulado legalmente por las Cortes de Toro de 1507 y a partir de esta regulación el crecimiento fue continuo, permitiendo la creación de mayorazgos a los estratos más bajos de la nobleza hasta entonces alejados de fundarlos.

Los señores de Fuentes fueron diez:

Alfonso Fernández Fuentes fue el primer señor de Fuentes. Hijo de Francisco Fernández de Sevilla y de Leonor Pérez de Guzmán. Enriquista, es decir seguidor de Enrique II, estuvo exiliado de Sevilla, adonde regresó tras la muerte de Don Pedro I. El nuevo rey le concedió importantes mercedes en premio a su fidelidad. En 1369 era propietario de dos tercios de Castilleja de Talhara, compartiendo señorío con su cuñado Juan de las Casas. El 12 de junio, Enrique II le autoriza a repoblarlo con treinta vecinos y en la misma fecha de 1371 se amplía la merced a cincuenta y se le faculta para constituir mayorazgo. Esta repoblación se realizó dificultosamente.

Su padre Francisco Fernández de Sevilla fue criado de Alfonso XI, siéndole ministro gratísimo y haciéndole grandes servicios. Era de linaje antiguo y calificado de Sevilla. En 1335 era escribano mayor de Sevilla, siendo enviado a la Corte de Valladolid con varias consultas al rey, de las que obtuvo respuestas favorables. Entre ellas estaba la concesión a Sevilla del uso de las escribanías de los alcaldes, que le estaba suspendido, y los derechos y rentas de la sal. Sin embargo, la merced de la escribanía del cabildo no consta hasta el 19 de febrero de 1337, cuando Alfonso XI se la entrega, relevando a Nicolás Pérez. Su madre, Leonor Pérez de Guzmán, pertenecía al linaje de los Guzmanes de Orgaz.

Esta señora, en junio de 1370 o en junio de 1371, recibió privilegios de Enrique II autorizándola a poblar con veinte vecinos su torre y cortijo de Gózmez Cerdeña, posesión que luego sería dote de su hija Inés. Esta enorme heredad tuvo su origen en las tierras que entre 1345 y 1348 adquirió Francisco Fernández en la zona de Aocaz. Casado con Isabel (Inés) de Belmana o de las Casas, hija de Guillén de las Casas, Tesorero Mayor de Andalucía, y de Isabel de Creus, con su dote compró el lugar y la heredad de Fuentes a Martín Fernández de Guzmán, Señor de Orgaz y vecino de Sevilla, el 20 de Enero de 1374, por 1.600 doblas moriscas. Este señorío era la más importante de sus posesiones.

Muy pronto, el 19 de junio de 1378, va a fundar mayorazgo con su mujer del castillo de Fuentes y las casas que fueron de Francisco Fernández, en la collación de San Marcos de Sevilla, en cabeza de su hijo Francisco Fernández con las condiciones usuales prohibiendo su enajenación, además la de llevar las flores de lis en las armas, por ser las armas de su esposa que era de procedencia francesa, y ser llamados de Fuentes. El 19 de Julio de 1378 Enrique II extiende privilegio confirmatorio en el mismo lugar de Fuentes. El señorío de Fuentes tenía ya cien vecinos francos de todo pecho en 1399, lo que supone un número muy considerable.

Al mismo tiempo que Alonso Fernández desarrollaba esta actividad repobladora, se ocupaba de los asuntos públicos, consiguiendo ser nombrado Veinticuatro de Sevilla en fecha que no se puede precisar pero anterior a 1377, y ejerciendo la mayordomía de la ciudad de Sevilla en los años 1372 y 1376-77. También hay datos que demuestran su interés por las tareas fiscales, como era usual en la oligarquía sevillana de ese momento, siendo recaudador en 1377 de la derrama que Sevilla hizo para comprar pan y armar galeras.

El segundo señor fue Francisco Fernández de Fuentes, que al mismo tiempo lo era de Castilleja de Talhara (actualmente es una importante alquería de Benacazón, que conserva los restos de una importante ermita neomudejar del siglo XIV). Casó con Catalina Fernández Marmolejo, hija del Veinticuatro y Contador Mayor de Sevilla Alonso Fernández Marmolejo, señor de Bornos y La Membrilla, y de Juana Dorta, señora de Alcalá. Pedro de Fuentes fue el tercer señor de Fuentes y de Castilleja de Talhara y Veinticuatro de Sevilla. En 1442, Juan II le confirmó la posesión de Castilleja de Talhara y en 1456 lo hizo Enrique IV. Se casó con Beatriz de Maraver, linaje de Écija.

El cuarto señor de Fuentes fue Gómez de Fuentes. Se casó primero con Blanca Medina, hija del Veinticuatro de Sevilla y Tesorero de la Casa de la Moneda, Alfonso González Medina y de Mayor Sandoval. En segundas nupcias casó con María de Zayas, hija del Halconero Mayor de Enrique IV y cabeza de su linaje en Écija, Alonso Zayas y de María Saavedra.

Pedro de Fuentes fue el quinto señor de Fuentes. En el año 1500 participó en la campaña de las Alpujarras. Casó con María de Guzmán, hija del I Señor de Teba y Ardales, Juan Ramírez de Guzmán y de Juana Ponce de León.

El sexto señor de Fuentes se llamó Gómez de Fuentes. Se casó con Francisca de Guzmán, hija de Alvar Pérez de Guzmán, hijo del I Duque de Medina Sidonia y de María Manuel de Figueroa.

El séptimo señor fue Álvaro de Fuentes y Guzmán, casado con Beatriz de Ayala. Su hijo Gómez de Fuentes ostentó el octavo título de señor de Fuentes

El noveno señor de Fuentes lo fue Álvaro de Fuentes Guzmán casado con Aldonza de los Ríos y Acevedo, de cuyo matrimonio nació Gome de Fuentes Guzmán y de los Ríos, décimo señor y primer marqués de Fuentes