Tal vez, cuando se publique este artículo nos habremos olvidado de que 79 personas se ahogaron al naufragar el barco en el que intentaban llegar a la costa europea y otros 500 pasajeros estarían desaparecidos. Una vez más, el Mediterráneo se convierte en tumba de los olvidados, esta vez cerca de Gracia, donde seguramente cientos de niñas y niños, junto a sus madres, yacen en el fondo del mar. Iban en la bodega del barco refugiándose del mal tiempo, mientras otros cientos viajaban en la cubierta.

Diferentes versiones se han dado sobre lo ocurrido. Los guardacostas griegos, que fueron alertados de los problemas del barco, defienden que se acercaron a éste para auxiliar al pasaje, pero que desde el barco se les aseguró que no querían el rescate porque lo que querían era llegar a Italia, no a Grecia. Sin embargo, la activista Nawal Soufisin sostiene que los tripulantes no se negaron a ser remolcados a Grecia.

Grecia, la cuna de la civilización occidental, la que emigraba a otras tierras buscando mejores oportunidades, fundaba colonias que ahora nos traen recuerdos no vividos de un pasado lleno de cultura, filosofía y belleza. Su mar ahora ha sido la sepultura de hombres, mujeres, niñas y niños que buscaban mejores oportunidades, como siempre a lo largo de la historia de nuestra especie.

No podemos saber qué pensarían los nativos de las tierras a las que llegaban, no sabemos si miraban con recelo a aquellos hombres y mujeres que llegaban en trirremes o, al contrario, los recibían con la naturalidad que antes habrían recibido a los fenicios procedentes del Mar Rojo, como nos cuenta Heródoto. A pesar de que la cosa empezó violentamente con el rapto de Ío, no por eso dejaron de comerciar unos y otros, hasta fundirse en civilizaciones y culturas. Su alfabeto, el fenicio,  tiene mucho que ver, junto  al etrusco y al griego, con el usado actualmente en occidente.

Tenemos que aceptar que el fin de los seres humanos es el entendimiento, la ayuda mutua. De lo contrario, la negación del otro lleva a la propia destrucción. Una civilización siempre se ha creado sobre otra. Lo afirmaba nuevamente Heródoto cuando decía que fueron los egipcios, antes que los griegos, los que “descubrieron los meses y las estaciones del año”. Fueron también los mayas los que tuvieron un calendario solar de 365 días, entre otras formas de contar el tiempo, y así podrías continuar.

Ahora estamos en el siglo XXI, cuando en occidente hemos olvidado de dónde venimos y qué hemos estado haciendo desde el siglo XV: robar. En América y en África. Robar y pretendemos seguir haciéndolo, negando al otro su derecho a emigrar, obviando eso tan consustancial al ser humano como es la migración. Desde que nos pusimos de pie comenzamos a ir de un lugar a otro, como dice Jorge Dréxler en su canción: “Somo una especie en viaje. No tenemos pertenencias, sino equipaje”.

Europa no ceja en pagar a los gendarmes de las fronteras de países del sur global (Túnez, Libia, Turquía) con una hipocresía vergonzosa. Ahora vendrán, ya habrá ocurrido a la hora de leer esto, los discursos afectados, las lágrimas de cocodrilos lamentando la pérdida de vidas. Yo también lo haré, lo hago, y me curo con la escritura, hipócritamente. Miraré para otro lado al cabo de unos días, buscando excusas para no pensar que también soy responsable, olvidando que hemos reprochado a los alemanes su “ignorancia” de lo que ocurría durante la II Guerra Mundial.