Escucho en la radio a varias jóvenes hablar de su experiencia en segundo de Bachillerato, de sus problemas de bullying por ser diferentes, su preocupación por la nota de la PAU que les abrirá o no la puerta para la carrera que quieren. Si se la cierra necesitarán un dinero que no tienen para poder estudiar en la universidad privada. Recuerdo aquellos días cuando mis hijas se examinaban de lo que entonces, y ahora por costumbre, era la Selectividad: nervios, ilusión, dudas ante la pregunta de qué estudiar. Qué les espera a estas jóvenes, me pregunto yo ahora, ante la precariedad del empleo que hace que trabajadoras y trabajadores sean pobres, sin poder no ya soñar con una casa propia, sino poder pagar un alquiler para vivir sin necesidad de compartir piso pasados los treinta, mientras pensar en tener hijos -si tienen ese deseo- es solo un sueño, igual que tener una vivienda digna.
Qué nos ha pasado, cómo hemos llegado hasta aquí, quién nos está desposeyendo de derechos que han costado décadas y décadas, a veces siglos, de luchas; de privación de libertad para muchas y muchos, de ostracismo social, sin que se nos mueva un músculo, donde el “todo es respetable” esconde sin darnos cuenta la ideología de un capitalismo salvaje que nos ha colonizado, haciéndonos esclavos del trabajo para poder “disfrutar” de un ocio que nos hace trabajar más para volver al ocio alienante, siempre obedeciendo a las consignas que nos dictan desde las redes o la TV.
Mientras Gaza agoniza el resto del mundo, en ese mundo me incluyo, miramos para otro lado. Rezamos a un dios que si alguna vez existió se olvidó de lo humano, seres insignificantes en un Universo que sigue expandiéndose, ajeno al planeta Tierra. Un planeta que después del homo sapiens seguirá su camino alrededor del Sol, creando otras formas de vida porque en un planeta donde existió vida antes de que se acabara el oxígeno, volverá a haber vida en formas que ni imaginamos, hasta que la estrella a la que llamamos Sol muera. Sin duda, nuestra especie será un recuerdo geológico en la historia del Universo. Si comprendiéramos eso, cuidaríamos más y mejor de la naturaleza que hemos heredado de nuestros antepasados y que tenemos el deber de dejar en herencia a nuestros descendientes.
Todo esto me lleva a volver a pensar de nuevo en mis hijas, jóvenes cerca de la adultez, que tanto me han enseñado y me enseñan. Ellas saben de los cuidados, de la amistad incondicional, del feminismo, de la solidaridad y de la sororidad, renunciado a veces a la comodidad y la seguridad de un trabajo que consideran explotador e injusto. Es verdad que eso me supone prescindir de la tranquilidad de madre sabiéndolas viviendo en el equilibrio entre los sueños y la realidad que los niega. Cada día, cada época de nuestra vida, tiene su afán, me digo. Escucho cantar el mirlo que me visita cada primavera, a las golondrinas que cada mañana me despiertan, converso con Bastianito, mi gato, mientras me digo: Hay que ver cómo aprendo cada día a pesar de mis ansiedades y dudas ¡es la vida!